la apuesta por el diálogo que el lehendakari, Iñigo Urkullu, está trasladando como seña de identidad de su Gobierno y de su manera de entender las relaciones políticas y humanas no es una pose electoral ni una moda. Todo el mundo, desde diferentes posicionamientos políticos, alude hoy día de forma recurrente a la necesidad de dejar atrás políticas de confrontación, de división y enfrentamiento y se reitera hasta la extenuación el tópico que ha causado furor en el discurso político: la necesidad de responsabilidad y de altura de miras.

La realidad es que ad intra, es decir, en el seno de nuestra política vasca, hay pruebas evidentes de que tal voluntad de diálogo real y sincero está, por desgracia, ausente del tablero. Y la pregunta es obligada: ¿cabe sacrificar en el altar de las expectativas electorales la oportunidad de avanzar en la búsqueda de consensos que permitan encauzar cuestiones troncales y estratégicas para nuestra sociedad vasca?

Desde prácticamente el inicio de esta legislatura autonómica (que tras el verano iniciará su última fase temporal, a un año vista de lecciones salvo un eventual adelanto electoral) se han vivido situaciones de intento de bloqueo de la acción de gobierno; la voluntad de acuerdo entre EH Bildu, Podemos y el PP ha emergido más para oponer o para negar propuestas del Gobierno que para construir.

Por un lado, el PP quedó hace ya más de un año ofuscado por la moción de censura a M. Rajoy y encontró base argumental para sostener su posición de enroque en la excusa de las Bases y Principios “acordadas” entre EAJ-PNV y EH Bildu para el Nuevo Estatuto.

Por otra parte, EH Bildu y Elkarrekin mPodemos han sumado a su posición inicial esta sobrevenida actitud del PP, algo que ya quedó reflejado en el debate de los Presupuestos 2019 y se aprecia en el día a día de la vida parlamentaria hasta la actualidad, imponiendo la mayoría aritmética parlamentaria.

El PP pareció amagar con un intento interno y parlamentario de “giro” de su posición para desasirse de la estrategia compartida con EH Bildu y Elkarrekin Podemos y tratar así de marcar su propia posición, pero todo ha quedado en mero ornamento discursivo debido a la situación del PP en España y a la política de bloques, con su negativa y la de C’s (más Vox y otros) a facilitar la investidura de Pedro Sánchez forzando la excusa de la vinculación de éste a los partidos populistas e independentistas. El PP vasco esgrime primero la cuestión de Nafarroa, después Labastida y Laguardia, ahora nuevamente el Nuevo Estatuto y la reforma fiscal, cuestiones todas ellas que nada tienen que ver con la acción del Gobierno Vasco y con las preocupaciones de la ciudadanía vasca.

En el otro extremo de la oposición, EH Bildu y Elkarrekin Podemos quedan en buena parte cautivos de los posicionamientos de preferencias y vetos manifestados, así como por su lícito ejercicio de pactos en ayuntamientos tras las elecciones municipales, forales y europeas. Elkarrekin Podemos muestra y hace aparentes gestos de disposición a hablar de Presupuestos pero no parece que tal disposición llegue a materializarse en futuros acuerdos.

Por su parte, EH Bildu ha precipitado la situación con respecto a la Ponencia de Nuevo Estatuto probablemente impulsado por dos razones: por su incomodidad interna y por pensar que puede llegar a haber un adelanto electoral. Por ello sigue con la dinámica de tensionar la Ponencia y la Comisión de Expertos en las que tiene un aliado (el PP) para intentar que los trabajos culminen cuanto antes. Su estrategia pasa por aprovechar de forma inteligente la ofuscación de PP y de este modo sigue en su pugna-alianza con Elkarrekin Podemos en todo aquello que pueda minar al gobierno.

La legislatura tiene encima de la mesa retos y encargos muy relevantes por afrontar: proyectos de Ley y Proposiciones de Ley de gran importancia, como la ley de reforma de la RGI o la ley de cooperativas, entre otras, además de las primeras reuniones por motivo de las Directrices Económico-Presupuestarias.

Estos acuerdos cruzados entre las tres fuerzas de la oposición conducen a una situación de bloqueo que, confían, puedan darles réditos electorales al mostrar un gobierno agotado y débil. Tal vez no sean conscientes de que la ciudadanía no valora ya la acción de un gobierno en función del número de leyes (soportamos una ineficiente hipertrofia normativa) sino en su voluntad por tratar de tejer acuerdos. Jugar permanentemente a la contra, a provocar el desgaste sin aportar más que críticas y energía negativa puede acabar volviéndose hacia quien lo esgrime como permanente bandera de su acción política.