Pablo Iglesias no tiene tiempo para ocuparse ya de Venezuela. Iñigo Errejón le trae de cabeza. En plena sacudida de la escisión definitiva de la crisis bolivariana, el partido español más afecto al régimen chavista y al dictador Maduro bastante tiene con taponar a duras penas su sangría interna. Semejante desafecto, impensable hace apenas un mes, representa apenas un reducido ángulo de la electrizante escenografía de la política española, prisionera de un amenazante clima de división partidista que solo augura un largo período de inestabilidad. Peor aún, ha bastado que la oposición tome Caracas para que la derecha y la izquierda españolas dispongan de otro motivo de discordia que ensancha su antagonismo hacia un enfrentamiento interminable que hace imposible el voluntarioso intento de la gobernabilidad. Solo faltaba Venezuela para que los partidos constitucionalistas atrincheraran sus posiciones cada vez más enconadas desde la moción de censura. La nueva derecha ha cogido al vuelo la oportunidad que se le acaba de presentar para acorralar a Pedro Sánchez, tan indeciso como la Unión Europea en la toma de postura en una situación procelosa que va a decidirse en el tablero geoestratégico entre Trump, Putin y las metralletas. Además, PP y Ciudadanos quieren exprimir las disonancias que el futuro de este país crucial en Latinoamérica provoca en el seno del PSOE y mucho más ahora que Podemos supone el único bastón de apoyo. Mientras Felipe González y José María Aznar coinciden en el tratamiento del enfermo, Rodríguez Zapatero y el actual presidente ni siquiera se ponen de acuerdo en el ritmo de tan enrevesada solución.

Iglesias bastante tiene con lo suyo y se ha quedado fuera del debate bolivariano. Después de renunciar a su descarado apoyo al chavismo enloquecido de Maduro, el líder de Podemos busca atormentado, sobre todo, su supervivencia en un momento especialmente delicado. El mordisco estratégico de Errejón le ha dejado anonadado en su ensimismamiento. La repercusión institucional y política de esta ruptura que ha imaginado astutamente Manuela Carmena es impredecible porque la onda expansiva no arrienda la ganancia a los afectados. Lejos de Madrid, los errejonistas se buscan en el diván de su declaración de Toledo porque se sienten desasistidos para emprender por sí mismos un tormentoso camino en solitario. El pablista Ramón Espinar se ha dado cuenta enseguida del vendaval que asoma y de ahí su repentina dimisión. Curiosamente, este senador, hijo de un padre condenado por usar tarjetas black de Caja Madrid, no abandonó cuando se descubrió su facilidad para rentabilizar económicamente la venta de un piso de VPO. Con su marcha confirma la consistencia del golpe en la mesa de Más Madrid y la debilidad de Podemos. Tuvo que sonar a humillación en el chalet de Galapagar cuando la alcaldesa madrileña ninguneó a todo un exjefe de la Jemad como Julio Rodríguez diciendo en la Ser que, como mucho, quizá le ofrecería el puesto de responsable de la Policía Municipal en el supuesto de que le pidiera integrar en su lista.

Para desquitarse de tantas humillaciones, Iglesias enseñó sus dientes a Sánchez con el revolcón de los pisos de alquiler. Fuegos de artificio para desviar la atención durante diez minutos de redes sociales. La izquierda ha unido este vez su suerte en los Presupuestos mientras contiene el aliento ante la reacción del camarote de los hermanos Marx del independentismo catalán. En su estrategia sostienen que cuanto más tiempo transcurra, más son las posibilidades de agujerear ese mundo soberanista que solo tiene ojos para encarar el juicio del procés, cuando en realidad la suerte se juega a partir de la sentencia. Hasta entonces hay tiempo para sonrojarse por el patético espectáculo del PP con la maliciosa petición en el Senado de una comparecencia del presidente del Gobierno para hablar de sus reuniones con Quim Torra cuando sabían que ese día estaría en Davos, a donde jamás quiso ir Mariano Rajoy para saber qué pensaba el liberalismo económico del mundo. Lo ideó fatalmente Ignacio Cosidó, que todavía sigue siendo el portavoz popular por ese miedo reverencial de Pablo Casado a forzar su dimisión porque teme su reacción. Mientras en su partido son absolutamente conscientes de que tiene una responsabilidad directa en las aguas turbulentas de esa Policía política que ha ennegrecido la vida democrática, no dejaba de ser patética la imagen de cuantos senadores amigos acudían a aplaudirle su fracaso. Le ocurre lo mismo al presidente del BBVA con las fechorías de Francisco González.