Mal asunto que quienes dicen defender España lo hagan utilizando la Constitución del 78 como un muro contra quienes cuestionan a la una, grande y libre. Según como se mire, también podría interpretarse miedo en ello: a no ser o a tener que olvidar aquel imperio que fueron y ya no son desde hace unos cuantos siglos.
El pueblo español valora altamente su independencia, por lo que debería entender que también lo sería para otros pueblos. Y, por lo tanto, debería respetar democráticamente ese sentimiento que compartimos y no apoyar que se machaque a Euskadi y Catalunya.
El problema es que sustentan su nación obligando por la fuerza a otras y preconizan lo suyo negando otras realidades nacionales. Por eso, la palabrería política española no se la cree nadie ya que no se es más demócrata por gritarlo más alto sino por practicarlo, resolviendo los problemas y superando las discrepancias con mentalidad abierta, a la par que aceptando que hay quienes, por ejemplo, no quieren ser españoles. Entenderlo y buscar salidas en este Estado plurinacional es la asignatura pendiente para España.
El fin de año siempre nos da la oportunidad de una nueva escenificación nacional española y, en todo este teatro, no podía faltar el rey y su discurso de Navidad que casi nadie ve. Ha defraudado nuevamente y los indices de audiencia siguen bajando, aunque se empeñen en disfrazar la evidente desafección para con la monarquía (en Euskadi, por supuesto, pero en España también).
Aunque sería fácil, no voy a caer en la tentación de hacer un repaso a esa dinastía, a sus desmanes y salidas de tono o a su nula legitimidad democrática por impuesta y por no votada. Incluso reinventaron la Historia con el padre del actual contándonos el cuento de los riesgos de involución en aquella transición que pareció diseñada por el dictador (con heredero incluido), y con este dan por hecho una legitimidad que no lo es tanto.
Algo que llama mucho la atención en el panorama político español es la incoherencia de los partidos que, aún con ideologías diferentes, coinciden en su defensa de la monarquía, incluso contra sus militancias y votantes.
¿Cómo se puede definir un partido como republicano y defender un régimen que vulnera los principios de igualdad? Y ahora no me refiero a eso de la sucesión por varón, sino a que su invulnerabilidad le coloca al margen de la ley aplicable al resto. Es decir que es inviolable, tiene inmunidad y no está sujeto a responsabilidad, según el artículo 56.3 de la Constitución. Sus aspectos prácticos ya se vieron con el emérito en diferentes episodios como presuntas comisiones cobradas por obras o demandas de paternidad.
Hiciera lo que hiciera -y eso puede ser mucho- saldría de rositas. Por ejemplo: se podrían usar las influencias de Estado para enriquecerse ilegalmente, recibir regalos sin cotizar a Hacienda? y no pasaría nada. Lo más triste es que quienes tienen la cara de llamarse republicanos les ríen las gracias y les dejan hacer de todo.
El discurso de Felipe VI fue plano, sin novedades, sin empatía, obvió la realidad política en el Estado, no demostró ninguna intención de diálogo, como tampoco implicación e interés para procurar la resolución de los conflictos políticos vasco y catalán. Unidad de destino en lo universal lo llamaban en el franquismo. Ahora, más de lo mismo pero con otras palabras.