Pamplona - Su buena oratoria, perspicacia y capacidad divulgativa han convertido a Pablo Simón, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Carlos III de Madrid, en uno de los invitados habituales de las tertulias en televisión, además de medios impresos y digitales. Pero es su sentido del humor el que también le ha hecho popular en redes sociales como Twitter, donde con 66 mil seguidores, lo mismo destripa sistemas electorales con intricados gráficos que ilustra la foto del nuevo gabinete de Pedro Sánchez con muñecos de Playmobil. Es además doctor por la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona y editor de la web Politikon.es, una “pandilla”, como él mismo define, de politólogos, economistas y sociólogos en torno a los 30 años que buscan aportar calidad al debate público.

Abrió usted los cursos de verano de la UPNA en un debate titulado “la crisis de la política en España”. Ya nadie discute esta crisis, pero ¿cuáles son los síntomas?

-Desde el año 2014 se ha producido una transformación muy importante en nuestro sistema de partidos, por emergencia de dos formaciones nuevas en el ámbito estatal, condicionada por la mayor crisis económica que hemos vivido, pero empujados por la percepción de que la oferta programática de los dos grandes partidos era muy similar, que Partido Socialista y Partido Popular eran equivalentes, iguales, generando lo que llamamos una crisis de oferta política. Esto sumado a la emergencia de nuevas demandas sociales que estos partidos clásicos han sido incapaces de canalizar y el estallido de múltiples casos de corrupción ligados a los coletazos de una burbuja inmobiliaria mal gestionada. Vivimos situaciones insólitas y nuevas como la aplicación del artículo 155, la repetición de elecciones, o la moción de censura porque hemos cambiado el software, hemos actualizado muchas dinámicas, pero nuestro sistema operativo es antiguo y se gripa, se bloquea a menudo.

¿Este fenómeno es exclusivo del estado español?

-La crisis de la socialdemocracia es acusada en todos los países europeos. Hay un cambio en la oferta política. En España hay un asunto específico que es el asunto territorial, al margen de eso la pelea en Europa y en el mundo es un discurso entre sociedades abiertas y sociedades cerradas. El eje entre cosmopolitas, aperturistas, proglobalización, y aquellos sectores más reaccionarios y más temerosos que apuestan por un regreso a un pasado idealizado y un cierre del país. Esto provoca mayor volatilidad electoral, nuevos partidos, dificultades para formar gobierno y surgimiento de formaciones anti-sistema. Se ha abierto la caja de los truenos de grandes transformaciones que han venido para quedarse.

Entonces ya no es una crisis sino un cambio de paradigma.

-Sí, hay una transformación de los agentes que dan forma a la democracia: sindicatos, iglesia o partidos son organizaciones que servían antes para canalizar las demandas sociales como cuerpos intermedios y todo eso se desvanece más. Vamos a formas de activismo más descentralizadas, el rol de movimientos sociales, aparecen y surgen partidos con más frecuencia. Viene de la mano de un cambio en las infraestructuras tecnológicas, de mayor impacto en la comunicación, las redes como las ideas viajan tan rápido como las personas entre diferentes países. Y eso tiene un impacto en la política.

Precisamente, hoy parece que tienen más poder de influencia en la opinión pública los memes por WhatsApp, la sátira por Twitter o un gif animado.

-Claro, así es. Pero la ironía y el humor tienen un elemento subversivo cuando se emplea de manera vertical. Es decir, cuando la gente corriente hace burla del poderoso, cuando es de abajo arriba es un elemento liberador: ayuda a escenificar que el emperador está desnudo y mostrar las costuras del poder, que hasta cierto punto es una sombra, una ilusión que se basa en la legitimidad y el consentimiento. El hecho de que a través de estas parodias se pueda difundir acción política hace que algunos autores hablen ya de ‘memecracia’: una dimensión no tanto de movilización, pero sí de expresión de sentimientos políticos. De alguna manera son como las pintadas callejeras. Una forma de expresión anónima de un sentimiento de descontento. También pueden servir como instrumentos de desinformación, muchos bulos se extienden a través de estas redes y medios de comunicación contemporáneos. Y es complicado luchar contra esto.

¿Cómo combatir esos bulos o esas post-verdades?

-Solo con información no es suficiente. Se pueden presentar infinitas veces los porcentajes de inmigración que hay en los países europeos pero eso no va a anular la percepción que tiene mucha gente de que hay muchos y más inmigrantes que los que hay. Para contrarrestar eso no basta con tener razón lo importante es que te la den, hay que acompañar la información con un relato, algo que desarticule el bulo. La mentira o la contrainformación tiene algo de verdad, la post-verdad ni siquiera toma en consideración otros argumentos.

Usted acostumbra a lidiar con muchos de estos fabricantes de post-verdades, participa habitualmente en tertulias en televisión y medios. ¿Cuál es su rol en esos ámbitos?

-Contribuir a que mejore del debate público. Yo voy a terturlias pero no soy colaborador habitual y no tengo que comentar sobre todo. No puedo bajar a la arena partidista porque ahí mi criterio como experto no tiene ningún valor. Ahí están los opinadores habituales para decir lo que les parece bien o mal. Lo que tenemos que hacer los politólogos es ser unos pornógrafos de la política: nuestro ánimo debe ser desnudar y mostrar lo que hay detrás; por qué un actor político hace una cosa u otra. Y esa es la diferencia entre el analista y el opinólogo. El tertuliano tiene opinión para todo en términos morales, el analista tiene que explicar el porqué, si eso tendrá consecuencias positivas o negativas en el sistema y poner en valor lo que sabe de sociología, historia y de otros contextos comparados.

Es usted coautor de un libro que se titula ‘El muro invisible’ y en el que sostienen que el sistema político actual perjudica a los jóvenes.

-España es un país muy envejecido donde ser joven es un riesgo. Y sobre todo domina un discurso público muy paternalista, que considera que ser joven se cura con la edad. Y esto es problemático: hay que recordar a la gente mayor que ser mayor también se cura con la edad. Existe un conflicto generacional entre los baby-boomers de los años 60 que están en puestos de trabajo protegidos, ocupan mayor representación, importancia y poder en partidos, sociedad civil y medios de comunicación y esto no permite promocionar a toda la generación de jóvenes que espera su momento. Además provoca precariedad y dificultades de emancipación. No se dan cuenta de que realmente no es una cuestión ligada a que a medida que cumplan años vamos a mejorar nuestra posición, sino que somos toda una generación que ha gastado sus años más productivos en el seno de la mayor crisis económica, política e institucional que ha vivido este país en toda nuestra historia y eso le va a dejar una cicatriz que la va a arrastrar a futuro. Por eso se hace imperativo y evidente que o somos capaces de convencer a nuestros mayores de que es necesario hacer políticas para jóvenes y que la reforma de las pensiones empieza en las guarderías o verdaderamente no hay futuro para este país. Es así de duro y hay que explicar que debemos afrontar este reto intergeneracional y es urgente. Las pensiones dependen de la calidad de trabajos. O afrontar hechos como que tenemos la tasa de abandono escolar más alta de nuestro entorno.

No parece usted muy optimista, ¿hay alguna solución política?

-Es algo extremadamente complicado de romper. Incluso desde una perspectiva de equilibrios electorales, los menores de 35 años son la mitad en el censo que los mayores de 55. Los partidos habitualmente hacen política para sus votantes. En España se vota con una escalera de color: los más jóvenes votan morado, los siguientes naranja, los siguientes rojo y los últimos azul; en términos de edad. Algo que puede traer el multipartidismo es que haya gobiernos de coalición entre partidos con electorado junior y senior, tanto a la izquierda como a la derecha.

¿Es el futuro de esos gobiernos de coalición?

-Eso puede ayudar a mover un poquito el equilibrio, a hacer políticas más distributivas e intergeneracionales. Si hay gobiernos de coalición en el futuro en España entre este tipo de partidos, tal vez podamos mover cinco grados la nave y esto que es muy poco y prácticamente imperceptible la diferencia entre chocar contra un iceberg o no. Si a partir de ahora hay gobiernos autonómicos más estables pueden servir de ejemplo.

¿Es el gobierno cuatripartito de Navarra uno de esos ejemplos?

-Sin duda, todos los gobiernos autonómicos de coalición son referencia y el de Navarra lo es. Tenemos que movernos hacia esos modelos y descubrir que el mundo no se rompe. La anomalía es que a nivel estatal no haya habido jamás un gobierno de coalición cuando es lo normal. Tan solo España y Rusia son los únicos estados de la OCDE que no han tenido gobiernos así. La regla en un sistema multipartidista es que se hagan políticas conjuntas, se acuerden, y los partidos se controlen mutuamente. Esto es lo habitual en Centroeuropa y los países mejor gobernados son aquellos que lo hacen en coalición. Tenemos que asumir eso, si el bipartidismo se ha ido para no volver tenemos que ir a un equilibrio razonable. Eso hace la política más viva, pero a menudo se confunde la estabilidad con gobernar uno solo y no es así.

El típico “yo gano, yo mando”...

-Sí, y esto es una falacia construida de manera interesada, la idea de que los pactos se hacen en los despachos o que debe gobernar la fuerza más votada. Pues no, lo siento, quien da la confianza son los parlamentarios y por lo tanto aquel que es capaz de llegar a más acuerdos, dispone de la mayoría de escaños y debe gobernar. Y va a ser la aritmética parlamentaria la que va a obligar a los viejos partidos a pactar.

En este sentido, ¿qué valoración hace del nuevo gobierno que ha nombrado Pedro Sánchez?

-Es un gobierno histórico por muchas razones: nace de una moción de censura, por un presidente que no es diputado, conformado por 17 ministerios que su mayoría son ministras. Hasta tal punto que somos récord mundial e histórico, jamás en la historia ha habido un gobierno con tantas mujeres. Y combina perfiles políticos y técnicos, con personas muy prestigiadas. Esto marca claramente que quiere ser un gobierno para devorar en lo feminista y en lo social a Podemos, y en Catalunya y el europeísmo a Ciudadanos. Tiene clarísimo cómo va a actuar. Es uno de los gabinetes de mayor competencia técnica que hemos tenido en la historia de España. Es cierto que la legislatura es corta, la acción de gobierno es muy limitada. Es un gobierno pre-electoral y Pedro Sánchez tiene a su alcance la Moncloa que es un artefacto fundamental para dar oxígeno al PSOE en un panorama que era impensable hace no muchas semanas. Todo ha cambiado.