en Madrid -es posible que también en otras comunidades- no entienden cuál es la relación entre un lazo amarillo denunciando unas encarcelaciones difíciles de sostener y el repudio al terrorismo yihadista capaz de asesinar a 16 personas. El independentismo catalán lo hizo posible ayer en un intento bastante discutible éticamente de rentabilizar el cálido homenaje a unas víctimas del fanatismo mediante la proyección de sus cuentas pendientes, aunque al final fuera a medio gas y sin alharacas. A estas alturas del conflicto, en la búsqueda de un resquicio mediático diario todo es bueno para el convento, debieron pensar las terminales de Carles Puigdemont y Jordi Sànchez cuando idearon la estrategia. Vista la fotografía de situación, quizá todo se reduzca a la insólita pero testimonial presencia en el círculo de autoridades de la esposa del exconseller encarcelado Joaquim Forn, quien ya había manifestado su deseo de evitar todo tipo de homenajes. En esencia, el silencio por el dolor de las pérdidas humanas se impuso al griterío de la reivindicación política. Nunca vienen mal unas gotas de sensatez en medio de tanto arrebato.
Desde luego el entorno no asustó al rey Felipe VI, encapsulado desde que pisó suelo barcelonés. Quizá porque fue menos hostil de los decibelios que se presagiaban las vísperas. A Pedro Sánchez, en cambio, sí. Solo a un efecto de miedo escénico o de guiño de bajo precio puede atribuirse la decisión de un presidente del Gobierno de España -corregida a partir de las inmediatas críticas- de retirar de una condolencia escrita en castellano el escudo y la bandera de su país cuando fue traducida al catalán. Semejante rectificación, además de tan evidente torpeza, alienta las furibundas reacciones de quienes se han instalado para siempre en el mantra de que los socialistas se irán sometiendo a las exigencias del soberanismo catalanista para alargar la actual legislatura.
No obstante, en el aniversario de esta cruel salvajada en Catalunya también hubo tiempo para las paradojas. Una jornada destinada a la concordia se inició con una pelea institucional para quitar una pancarta contra el monarca español, esa obsesión soberanista. Un día de recuerdo a las víctimas acabó con una multitudinaria concentración ante la cárcel de Lledoners para denunciar un injusto encarcelamiento. El ambiente, de hecho, estaba caldeado desde horas antes. En un gesto periodístico inédito Puigdemont, desde Waterloo, y Torra, su prolongación en el Govern, compartieron entrevista desde una radio pública. Eso sí, bajo enfoques distintos, con una carga mucho más belicista desde el exilio en la búsqueda de aprovechar el 17-A como un ensayo más de su personalista batalla política. Aún quedaron unos minutos para conocer que las víctimas a quienes se les dedicaba el homenaje -no tan masivo- siguen sin recibir el trato indemnizatorio que se les prometió.
Aún quedan más sacudidas de la embestida catalanista para hurgar en la profunda herida abierta en la política española. El mes de septiembre y el recuerdo del funesto 1-O comprometerán al límite al Gobierno socialista. Hay quien sostiene que este cuadro de presión pondrá a prueba la estabilidad de Pedro Sánchez. Para entonces, ya se habrá recuperado la actividad partidista que promete debates de alto voltaje, aunque muchos de ellos estériles. El PSOE tampoco está muy nervioso porque le favorece la corriente. Mucho peor lo tiene Pablo Casado. El punto de partida para el debate del otoño aparece desnivelado entre las dos primeras formaciones. Sánchez se ha hecho un hueco propio en la exigencia a Europa sobre la migración, que abrillanta su figura entre los descreídos sobre su capacidad. El líder del PP, sin embargo, seguirá acosado por la nefasta sombra de ese máster que le complica demasiado el despegue de su mandato. Y en el medio, la resurrección de Unidos Podemos con una exigencia impositiva propia de la izquierda que le encaja como un guante a los socialistas para recuperar el crédito perdido por su nefasta gestión de la crisis.
Un verano después, sin que nadie lo hubiera podido imaginar, ya nada es igual en el contexto político y posiblemente tampoco cambie mucho más adelante. Solo repite Catalunya a la búsqueda de sí misma sin avances más significativos que la puerta abierta al diálogo, aunque aterrada por el efecto devastador que el próximo juicio en otoño tendrá para su clima social y político.