tanto la legislatura vasca como la española han iniciado sus respectivos trabajos parlamentarios bajo la expectativa social y mediática generada por la apelación al diálogo y a la negociación como motor de la acción política. La complejidad de las cuestiones a resolver y la dificultad para hacer frente sin grandes consensos a los retos que como país tenemos en Euskadi anima a reivindicar la concordia frente a la división en bloques y a ensalzar la negociación como medio para superar los conflictos.

Ni el Derecho ni las Constituciones poseen otro significado que el de definir un marco de convivencia social. Y no podemos pretender que esa convivencia social permanezca estática. Es siempre dinámica; se construye cada día, se innova y adapta en cada momento a la realidad social. Pero han de respetarse los procedimientos, no cabe dar saltos en el vacío.

El Derecho es acción. Es la acción del aplicador del derecho. Es la acción del ciudadano, sujeto/objeto de Derecho. Es una obra inmensa, siempre en construcción. Por ello, el estudio del Derecho vigente requiere el análisis de la realidad del momento histórico vivido. Será esa realidad la que, en cada instante, determine el estado de la convivencia social, y consecuentemente, el campo de actuación del Derecho. Sin demonizaciones ni maniqueísmos simplistas. Política y Derecho, ése ha de ser el binomio que permita civilizar el debate territorial. Seguridad jurídica, respeto a los procedimientos y voluntad política para permitir la consulta directa a la ciudadanía en torno a cuestiones de especial trascendencia han de ser los parámetros de actuación.

Esta nueva legislatura vasca plantea muchas expectativas sociales y políticas y debe permitir debates y acuerdos que vehiculicen la sensación de cambio de ciclo y de superación de viejos problemas sin solución.

En política tan importante como alcanzar acuerdos y consensos es saber cómo gestionar el desacuerdo, cómo diseñar una estrategia que permita avanzar pese a puntuales discrepancias pero sin bloqueos. Una propuesta de acuerdo basada en pilares claves para nuestro futuro no debería caer en saco roto durante esta legislatura, aunque en política siempre es más fácil expresar deseos que materializarlos.

Es una obviedad, pero también conviene recordarlo: no es posible negociar ni llegar acuerdos si una de las partes se encierra en sí misma. Frente a esta visión excluyente y maniquea de la política, ahora, más que nunca, hace falta liderazgo, capacidad de prospección para gobernar el futuro, manejar con acierto el complejo panorama presente y equipos dirigentes que crean de verdad en los consensos con el diferente. Nuestro país lo necesita.

Alcanzar consensos no supone claudicar. Si se quiere evitar conflictos e incomprensiones, el principio fundamental que debe regular las relaciones políticas es la negociación. No es cuestión de empatías frente a desencuentros, ni de filias y fobias, sino de responsabilidad. Un País no se construye desde lo negativo, desde el desprecio ni desde la prepotencia, sino ofreciendo diálogo y estabilidad institucional. Por responsabilidad y por liderazgo social.

La ciudadanía reclama de los gestores políticos que no generen más problemas de los que intentan resolver, que traten de civilizar colectivamente ese incierto futuro, que aporten dosis de certidumbre y seguridad a sus decisiones, que consoliden los consensos básicos necesarios para convivir, que se aferren a la realidad para que su sentido político logre mejorar los niveles de bienestar y de tranquilidad social.

La política, sea vasca o de otro territorio, demanda hoy más que nunca templanza, ausencia de estridencia, sentido de la responsabilidad y profesionalidad, buscar puntos de encuentro y no de disputa, aportar a la sociedad dosis de confianza y no de zozobra ni de enfrentamiento, trabajar por la cohesión social y no por la ruptura, cooperar, construir puentes, no diques.

El valor de la política reside en que simboliza la apuesta colectiva de los ciudadanos como forma de garantizar un futuro. Nuestros representantes deben dejar atrás el tribalismo y deben dialogar, negociar, llegar a acuerdos para no frustrar nuestras expectativas ni nuestro futuro, y así la política recuperará buena parte del prestigio perdido.

De este modo podrá ser posible acuñar, desde la política, un nuevo modelo de trabajar y de servir a la ciudadanía, un modelo cercano, humanista, con valores que hagan posible la coordinación entre la gestión competitiva y cohesionada con una visión solidaria y una política social sostenible.