Lo nuevo es virtud; seduce y atrae, también en política. Quizá por eso, además de la vocación, con sus matices, de encontrarse y dialogar a lo largo de la legislatura en marcha que mostraron ayer las fuerzas parlamentarias vascas sonó en el debate, sobre todo de la tarde, el batir de alas de la reivindicación de lo nuevo frente a lo antiguo. Pudo tener que ver con que hubo mucho estreno en el atril del Parlamento vasco. Desde Maddalen Iriarte y Miren Larrion, hasta Pili Zabala, Lander Martínez y Jon Hernández, puede que ninguno de ellos -y algunos claramente menos que otros- sea estrictamente un recién llegado a esto, pero hicieron gala de su deseo de asociarse con la presunción de novedad en el discurso, en las propuestas y, en el fondo, en la mala memoria, como acabó por recordarles Joseba Egibar. Incluso Alfonso Alonso, que ya es decir, tuvo la tentación de llegar de nuevas a la política vasca, dejando en evidencia que Madrid deja huella hasta el síndrome de Estocolmo.
La renovación es virtud, siempre que huya del adanismo. Y a veces dio la sensación de que las fuerzas políticas representadas en el debate flirtearon con la pretensión de no tener pasado por el hecho de que sus portavoces aplicaran una memoria selectiva. Los que ejercían de veteranos también cumplieron con el guión. Idoia Mendia defendió las virtudes del acuerdo de gobierno que rubricó ella misma 24 horas antes y se sumó hasta lo razonable a la estela de la apertura al consenso que manejó Iñigo Urkullu en su programa de gobierno. Donde ella misma no se sentía cómoda no podía ejercer de abanderada. Estuvo voluntariosa y casi convincente cuando confió en atraer a otras fuerzas al diálogo al destacar que muchos contenidos del acuerdo también los ha escuchado en boca de quienes ayer ejercían ya de oposición.
Ese guante lo había lanzado antes el candidato Urkullu y, quien más quien menos, sus receptores sabían que tocaba marcar terreno pero no dar portazos. De modo que se impuso más bien la estrategia de definir perfil propio, toda vez que todos los asistentes eran conscientes del desenlace de hoy. Iriarte y Larrion reivindicaron a EH Bildu como líder de la oposición. Para ello ofrecieron pinceladas de proyecto alternativo cuyo encaje con discursos precedentes o posteriores está por calibrar.
Empezando por la consulta propuesta en 2018 y su encaje en el proyecto de Sortu de república confederal vasca allá por 2026; terminando -por no extendernos- con la presunción de que la izquierda abertzale tiene diseñada una política industrial, suposición que no llegó a concretarse más allá de la recurrente demanda de fortalecer el sector público -¿industrial?-. La cita chirene del día fue de Miren Larrion, que bebió de la fuente de David Fernández (CUP) para argumentar en materia de construcción nacional. Que ya es tener que irse lejos a buscar inspiración teniendo a Arnaldo Otegi en el balcón de las visitas.
Se experimentó también la faceta campechana de Alfonso Alonso, que terminó la tarde buscando y consiguiendo sonrisas en la bancada del PNV, aunque la distancia que les separa también quedó patente. Pero Alonso no es nuevo en esto y sabe que ahora mismo necesita sacar al PP vasco de la periferia en la que unas elecciones mal digeridas le han colocado. Empezó por ofrecerse a Urkullu para que no se atasque en las rotondas de Gasteiz pero no dio la impresión de que el lehendakari precisara de lazarillo.
El hueco periférico del que aspira a salir el PP no va a quedar libre por mucho tiempo. Aunque Pili Zabala se esmeró en equilibrar reproches y talante, los coportavoces de Elkarrekin Podemos dejaron claro que para ellos lo prioritario es tomar distancia de todos los demás. La foto en soledad es una estrategia peligrosa: te permite visibilizarte claramente, pero te muestra desenchufado de todo; incluida la realidad. Para las campañas está bien pero en la política institucional hay que sumar resultados y no sólo desplantes.
En ese marco, hubo ocasión de asistir al prólogo del que se augura como uno de los culebrones de la temporada: la relación de EH Bildu y Podemos. Se cruzaron guiños y mohínes, animándose mutuamente a definir espacios comunes, pero también quedó patente que hay margen para el recelo. Lander Martínez acreditó que tiene buena escuela pero no es Pablo Iglesias. Para ser un buen provocador no basta el sarcasmo y, ahí, el original sigue siendo un referente. Martínez tendió manos a EH Bildu pero estos aún están midiendo si son para que le ayuden a salir del rincón o para atraerlos a él. Además, el reproche al PSE de Jon Hernández (el coportavoz de Podemos que recordó que él sí tiene militancia previa en el Partido Comunista) fue por acordar con los “nacionalistas”, y alguien habrá tomado nota de ello.