El calvario de los Etxeberria Álvarez comenzó con un equívoco. Era junio de 1980 cuando el domicilio familiar descolgó la llamada telefónica con la que empezó todo. “Han detenido en Francia a un refugiado que se llama Joxe Miguel”, les avisaron. Eneko Etxeberria Álvarez (Pamplona, 1963) tenía por aquel entonces 17 años, y era el hermano menor de Joxe Miguel Etxeberria, Naparra, miembro de los Comandos Autónomos Anticapitalistas refugiado en el sur de Francia. Ignorando lo que vendría después, Eneko recuerda cómo sus padres y él se desplazaron en compañía del abogado Beñat Etcheverry hasta Baiona, donde el juez iba a tomar declaración al detenido. Al llegar al juzgado, vieron a lo lejos a un muchacho esposado saliendo de la puerta. “¡Joxe Miguel!”, reproduce Eneko con el mismo tono pero en volumen de confidencialidad. Pero el que se dio la vuelta no era su hermano.

“Fue entonces cuando empezó a tomar cuerpo lo peor”, asegura Eneko, volviendo mentalmente al epicentro del particular tragedia familiar. Y hasta hoy. Más de tres décadas y media después, Eneko Etxeberria, el hermano pequeño de Naparra, es un profesor de matemáticas que ha invertido dos tercios de su vida en aclarar qué paso con su hermano más allá de las escasas pero definitivas certezas de las que son conscientes: que a Naparra lo secuestró el Batallón Vasco Español en Ziburu (Iparralde), que lo ejecutó poco después y que lo enterró en alguna parte del país galo. No sabían más.

Poco aclararon las iniciativas particulares que llevaron a la familia y a los amigos a rastrear el cuerpo de Naparra por San Juan de Luz. De nada sirvieron las cuestionables investigaciones que llevó a cabo el juez francés de Baiona, que dio por concluido el caso dos años más tarde sin nada concluyente. Diez años después, en 1992, el caso prescribió en Francia. “Ahí comenzó un impasse importante porque, sinceramente, no nos fiábamos de la Audiencia Nacional”, relata Eneko. Pasaron siete años de investigaciones particulares hasta que junto con el abogado Iñigo Iruin, la familia de Naparra, con Eneko como portavoz, trató de abrir el caso en 1999, antes de que prescribiese en el Estado. Ismael Moreno, juez de la Audiencia Nacional, se encargó del caso: desechó muchas de las peticiones de declaración (la familia quiso que Ballesteros, Sáenz de Santamaría o Antonio González Pacheco, Billy el niño, fuesen a declarar) y el caso fue sobreseido provisionalmente en 2004. Con la causa finiquitada en Francia y la escasez de pruebas en España, la familia de Naparra tuvo claro que sólo les salvaría del archivo definitivo y consiguiente muerte del caso una confesión desde dentro. “Sabíamos desde el primer momento que necesariamente tenía que haber alguien que supiese, a ciencia cierta, que pasó”, puntualiza Eneko Etxeberria, cuya familia confiaba en que algún miembro de las cloacas del Estadopudiese arrojar algo de luz al caso.

Y ese alguien llegó. Después del tirón de orejas que los observadores de la ONU hicieron en 2014 a España y Francia por no investigar suficientemente la desaparición de Naparra (que sí está incluido como víctima de desaparición forzosa en Naciones Unidas), una llamada anónima sorprendió al periodista Iñaki Errazkin. El interlocutor se identificó ante Errazkin como “una fuente confidencial española al corriente de las operaciones del Estado” en la época de la desaparición, para posteriormente detallar el lugar en el que permanecen los restos de Naparra. Una vez comprobada la veracidad de la filtración entró en juego el antropólogo forense Paco Etxeberria, quien junto con Iruin visitó el lugar indicado por la fuente de Errazkin: una arboleda cerca de Mont de Marsan, a una hora en coche del lugar en el que desaparició Naparra. Con las pesquisas realizadas por Paco Etxeberria, Iruin redactó el informe que ha resultado clave para la reapertura del caso por el juez Ismael Moreno, que ha citado a Errazkin y Paco Etxeberria el próximo día 26. Por primera vez en 36 años, la incógnita principal está a punto de despejarse: “Soy cauteloso, pero nunca hemos estado tan cerca”.