la encuesta preelectoral del CIS del pasado 9 de junio daba el dato: un 30% de los electores no tienen aún decidido a quién votar. Que un tercio de los votantes duden sobre la orientación de su sufragio debería provocar casi un estado de alarma, puesto que significaría un alto grado de confusión generalizado en la ciudadanía respecto a su orientación política.
Este altísimo porcentaje de indecisos suele ser considerado con un cierto tono despectivo, como la constatación penosa de una masa acrítica, inculta, ignorante o apática. Y es que, en realidad, resulta extraño que para el 30% de los votantes haya pasado desapercibida la disparatada actitud de los cuatro partidos hegemónicos tras el resultado de las elecciones del 20-D, que ese desmesurado porcentaje de electores no se hayan dado cuenta del comportamiento de cada una de esas fuerzas políticas, incapaces de ceder un milímetro en sus posiciones cayera quien cayera, la renuncia cobarde del partido más votado, la arrogancia interesada de la izquierda emergente, la imposición del acuerdo-trágala entre PSOE y C’s? Los unos por los otros, el país paralizado y vuelta a empezar.
Los cuatro meses de idas y venidas estériles aportaron suficiente información a la ciudadanía como para saber cada quién a qué atenerse respecto a tomar una decisión. Y por si fuera poco, de nuevo la campaña, las encuestas y los debates nos reafirman en la información ya acumulada, así que poco margen queda para la duda o la indecisión para depositar el voto.
En ese 30% señalado por el CIS no deberían estar incluidos quienes dudan sobre si votar o no, y eso sí puede sumar cifras cuantiosas al porcentaje. Estos, los que dudan si votar o no, dependen más de la meteorología o de los estragos de la noche anterior que de la duda entre una opción u otra.
Es lo que tienen las encuestas. La persona encuestada que sabe lo que va a votar, o cree saberlo, muchas veces no quiere decirlo. Esa persona no es indecisa, es cauta, recelosa o, simplemente, discreta. Es persona que entra a la intimidad de la cabina de votación, y no quiere posicionarse, ni argumentar, ni justificar su voto. Prefiere camuflar su decisión con el manto de la duda, pero no duda, esconde y, si es necesario, engaña a los encuestadores, al entorno e incluso a la familia.
A la suma de supuestos indecisos se añaden quienes no se han decidido porque no han pensado en ello, por pereza o por aburrimiento. En principio votarán, sí, y saben a qué partido votarán, pero decidirán hacerlo en el último momento. Estos sí, estos también pueden inclinar la balanza hacia un lado o hacia otro.
Tampoco podría aplicárseles con propiedad la condición de indecisos a los que saben con certeza lo que no quieren votar, pero no tienen claro lo que sí quieren. Esperarán a las encuestas y buscarán la ayuda de los creadores de opinión, hasta lograr reafirmarse en su rechazo. Una vez consolidada esa negativa, las dudas, el temor a ser irrelevantes, la ausencia de una opción clara, decisiva y determinante, les inclinaría mayoritariamente hacia la abstención.
Las encuestas cuentan también como indecisos a quienes se sitúan en el eje tradicional de derecha, centro o izquierda, pero no tienen claro quién representa con más nitidez y autenticidad su opción. La irrupción de las dos nuevas formaciones, Podemos y C’s, hace todavía más complicada esa comprobación; lo que en principio parecería favorecer la decisión por una mayor y más diversificada oferta, les complica aún más la concreción de su voto y les requiere una reflexión más intensa ante la urna.
Todas estas consideraciones ponen en cuestión la sensación de menosprecio que suele darse al amplio bloque de indecisos señalado por las encuestas. Las personas con derecho a voto que en realidad figuran en ese apartado no son ignorantes, ni cobardes. No es justo pretender convertir en militantes a los que dudan, y la excesiva presión del entorno para que se definan puede llegar a cansarles o, incluso, a provocar su rechazo.
Los indecisos de las encuestas son, en su mayoría, personas que ejercen una duda legítima. Que esa duda les lleve a distorsionar los resultados de las encuestas, o que en definitiva se decanten por la abstención, es una garantía democrática porque el bloque de dubitativos demuestra que no todo se resuelve con mayorías o minorías mediáticas, sino que hay elementos sociales y políticos que necesitan algo más que aritmética.
Quienes constan en las encuestas como indecisos son el reflejo de una parte de la sociedad que desea mantener su propio criterio, desde la contradicción de no tenerlo todavía claro en el momento de ser preguntados. Es saludable que entre los posibles votantes haya personas cuya voluntad no depende de convicciones inmutables, que dudan, que esperan. Guste o no, el futuro va a depender en buena parte -en un 30%- de quienes en este momento dudan. Así que, un respeto.