El debate a cuatro eclipsó ayer todo el universo social y político español y de manera muy singular del Ebro para abajo. Se mirara donde se mirara, no se hablaba de otra cosa, con la desgraciada excepción de la salvajada del sociópata de Orlando que el domingo se llevó por delante la vida de más de medio centenar de personas. En la calle, en el bar y en los hogares el personal se encomendaba al duelo televisivo de los cuatro líderes de los principales partidos españoles, cuya agenda principal era colocar la frase redonda, lograr aparentar aquello que se habían fijado más y salvar la papeleta en lugar de entrar en el fondo de las cuestiones que preocupan en la calle y comprometerse con propuestas en el caso de que alcancen La Moncloa.

Los cuatro grandes pugnaron por un mismo negocio, pescar en el caladero de los indecisos que, según las encuestas, se sitúa en torno al 30%, esto es, casi uno de cada tres no ha decidido aún qué va a hacer con su voto. Cogiendo como termómetro que, hasta la fecha, el número de solicitantes de voto por correo supera en casi medio millón el de hace seis meses, es de suponer que entre los indecisos muchos introducirán su papeleta en la urna el 26-J, por lo que suponen un suculento botín a asaltar por los partidos.

El debate a cuatro fue la gran oportunidad para consumar ese asalto. Aunque los partidos que se han quedado fuera del cuadrilátero tienen poderosas y objetivas razones para considerar que más que un asalto ha sido un atraco. Un atraco a la democracia y a la igualdad de oportunidades, ya que no se les ha dado ni una minúscula oportunidad -por mínima y desigual que fuera- para visibilizarse en el acto electoral más potente y de más audiencia con diferencia.

Curiosamente, aquellos que en la campaña del 20-D echaban pestes contra los dos grandes del bipartidismo por el cara a cara entre Rajoy y Sánchez alegando que les marginaba, ahora han sufrido una amnesia selectiva y no han dicho ni mu sobre la marginación en el debate de otros partidos con representación parlamentaria y, en algunos casos, con gobiernos autónomos a sus espaldas.

En el caso de la CAV y Nafarroa, los partidos sucursalistas de sus matrices españolas (PP, PSE/PSN, Podemos e IU) no tienen ese problema pues los Maura, López y Alonso se presentan bajo las siglas de los que anoche tuvieron cubierto y mantel asegurado. Sin embargo, los abertzales no tuvieron opción de meter la cuchara en el plato y poner sobre la mesa las cuestiones que afectan y preocupan a los vascos. Ni agenda vasca, ni embajadores vascos, ni folio en blanco para Euskadi. Tres cuartos de lo mismo con Catalunya.

Frente a esto, los cuatro presidenciables, Podemos incluido, se afanaron en levantar el pendón patriótico lo más alto posible y ocultar su visión uniformizadora del Estado español. Como dijo ayer el dirigente de Convergència Francesc Homs “piden la unidad de España pero no invitan a una parte” del país, como si el proceso catalán o la situación de Euskadi no afectara al debate general.

Este es el mínimo común denominador que une a conservadores, socialdemócratas, izquierdistas transversales y liberales de derechas españoles de cara a unas elecciones cuyo resultado camina hacia un nuevo empate entre bloques. Nunca una cita tuvo tantas similitudes con la anterior: los mismos partidos -con la única diferencia de la unión de Podemos e IU-, los mismos candidatos, los mismos programas. Todo camina hacia un resultado parecido, con prórroga y penaltis. Curiosamente los partidos separados del gran debate de ayer serán los que seguramente necesitarán para romper empates y hacer gobierno. Será el sorpasso del 27-J.