Superado ya el primer fin de semana de esta campaña reload, empiezan a afianzarse las diferencias, algunas significativas, respecto a lo que vimos hace seis meses, pero también algunas lecciones. De entrada, se viene hablando de esta campaña de primavera como la del desbloqueo, como si los resultados vinieran a proyectar también una suerte de desempate entre las formaciones que nunca empataron a votos, pero sí en incapacidad, insolvencia y hasta torpeza. Lo más llamativo es que ninguno de los cuatro grandes actores en el escenario español han cedido un ápice en sus posiciones, nada ha cambiado desde la última propuesta in extremis de Compromís en la tercera y última ronda del rey en abril, cuando ya estaba todo perdido y solo quedaba repartir las culpas, así que, de saque, todos llegan con sus mismas intenciones, de pactos y, por supuesto, hacia la galería?

El fracaso de la investidura en marzo dejó una cuestión ahora a tener presente, saber en junio quienes son los que apostaron desde diciembre por unas nuevas elecciones: Rajoy renunciando a someterse a la votación de investidura y Pablo Iglesias, que, en esta segunda campaña y procurándose la coalición con IU, ya ocupa el lugar de la izquierda, al menos en el imaginario del electorado, consiguiendo la polarización buscada y volviendo al discurso que los vio nacer: el enfrentamiento entre “los de arriba y los de abajo”. Una campaña sostenida desde diciembre bajo el barniz de un maquillaje que ahora pinta de socialdemócrata y envuelve el programa electoral de Podemos en un catálogo nórdico de multinacional bajo las demandas del mercado electoral y el consumismo voraz, algo así como la manoseada camiseta del Ché, un símbolo revolucionario al servicio de la globalización, las antípodas de lo que representó y su propia causa. Una inquietante ambigüedad moral en la que, lo que de verdad importa, es vender.

Rajoy ha dado por sentado que gobernará solo con la abstención de los socialistas en una legislatura tan accidentada como breve, un papelón para los de Ferraz porque tampoco se puede saber ahora quién decidirá, si el propio Sánchez o una gestora si los datos de la última encuesta del CIS se confirman dejando al PSOE en un más que incómodo puesto de partido bisagra. La inconveniencia de los dos ejes a izquierda y derecha ya la vislumbró el denostado Aznar cuando señaló que “era una competencia que ganan los peores”. La pasokización no interesa en la medida en la que se pierde el centro, centralidad que, por cierto, en los cuatro meses de conversaciones fue la virtud para Sánchez al tiempo que su condena, primando a Podemos. Polarizar la campaña significa polarizar también toda dinámica de negociación pero todo parece indicar que la archifamosa volatilidad del voto ya aconteció y que con parecidos resultados que el 20-D, con todos retratados y las cartas sobre la mesa, quizás formar gobierno no resulte tan imposible.

DEBATE Ayer se mantuvieron en capilla los que se la juegan para prepararse el debate a cuatro esta noche en televisión donde Rajoy llega cargado de un poderoso relato con el fracaso de la investidura de Sánchez, venderá a Rivera como el socio preferente de los socialistas y a Iglesias como su gran oponente. Pero a mayor polarización, el debate de esta noche supone la gran amenaza para los dos polos: Iglesias es una suerte de favorito, con todos los riesgos que conlleva y Rajoy, hasta ahora ausente, se hará presente en un escenario inexplorado. Si al final, Aznar va a tener razón.