bilbao. Unzueta se ha adentrado en un relato documentado y testimoniado sobre un heterogéneo grupo de disidentes de ETA, mediáticamente agrupados en la llamada vía Nanclares, y su complejo proceso de reflexión, autocrítica y cuestionamiento de la lucha armada (primero estratégica, luego política y finalmente ética). Para ello, ha manejado abundante documentación y, como refleja el título del libro, ha estado cara a cara con algunos de ellos, aunque finalmente no todos han querido aparecer.

¿Con qué objetivo ha abordado la elaboración del libro?

-La idea era documentar y poner en contexto un fenómeno como ha sido la denominada vía Nanclares basándome en entrevistas directas con sus miembros y en manifestaciones que ellos han hecho con el objetivo de que este asunto, que siempre ha pasado con mucha prisa y no demasiado rigor por las manos de nosotros los periodistas, pueda estudiarse con rigurosidad y que, en un futuro, quien quiera pueda profundizar en ello.

Los protagonistas forman un grupo heterogéneo, con posiciones iniciales individuales pero un nexo común, que es la autocrítica y el rechazo a la violencia.

Sí, es un grupo heterogéneo, que además de la disparidad de reflexiones, pensamientos y trayectorias que tienen, hay algunos que comenzaron su disidencia desde tiempos muy lejanos y otros, más recientemente; algunos de ellos estando aún activos como militantes de ETA y otros, dentro de prisión. En cualquier caso, el hilo común es que han sido capaces de hacer una autocrítica bastante descarnada, valiente y audaz sobre la violencia practicada por ellos en nombre de la organización armada en la que militaron y, además, han sabido volcar esa autocrítica a modo de compromiso para contribuir al proceso actual de convivencia y reconciliación. Han querido hacer esa aportación.

Se trata de exmilitantes de ETA, muchos de ellos con un papel relevante en la organización, con un historial de víctimas, de asesinatos. ¿Cómo se pasa de ejercer la violencia directa contra personas a un activismo contra la lucha armada ?

-Dentro de la treintena que se ha acogido a la vía Nanclares, los más referenciales también fueron relevantes, casi generales, dentro de ETA. Yo creo que lo que subyace es una reflexión que les lleva a ser críticos con la organización en la que militaban y autocríticos con lo que habían hecho. Cuando eso se consolida, el siguiente paso es el de la disidencia. En cualquier caso, históricamente el proceso ha sido bastante gradual. Primero era una crítica a la organización en clave estratégica, porque no estaban de acuerdo en que las acciones de ETA tenían que estar sustentadas en el matar por matar, sino que debían conducir a una negociación con el Estado con el mínimo coste humano posible. Posteriormente, en un segundo nivel, pasa a ser una crítica más en clave política y con algunos posicionamientos ya a finales del 98 con el proceso irlandés encarrilado y en vísperas de Lizarra-Garazi, ya en este grupo hay una reflexión más en clave política y con matices humanitarios. Luego, después de unos cuantos años de vacío ante la vuelta de ETA a las armas tras la tregua, llega el momento definitivo donde esa disidencia se articula incluso de forma colectiva cogiendo como palanca lo que fue la propuesta del entonces presidente Rodríguez Zapatero. Es en ese planteamiento ya más colectivo donde hay una profundización de su reflexión y pasan de lo político a una dimensión en clave ya ética, donde tienen mucha presencia las víctimas y sobre todo la empatía con ellas.

Hay quien duda de la sinceridad de esa autocrítica. Tras haber estado cara a cara con los protagonistas, ¿cree que el dolor que expresan por lo que hicieron es sincero?

-Sí, creo que lo que prueba que es sincero es esa evolución sostenida a lo largo de los años, que demuestra una coherencia en sus planteamientos de crítica y autocrítica y de disidencia. Lógicamente, todo proceso es gradual y en este caso también lo fue, de lo estratético a lo político y después a lo ético. Creo que no hay que dudar de su sinceridad en ningún momento.

La autocrítica tiene un valor personal, pero en este caso también lo tiene social y político.

-Sí, tiene esa dimensión por lo que tiene de pedagógico, por lo que supone de deslegitimación de la violencia, porque ayuda a construir memoria, a la escritura del famoso relato, y además en sus iniciativas había una vocación y un compromiso de contribuir al escenario de paz que se estaba construyendo. Todo lo que hacían era para contribuir a ese debate y aportar un modelo y unas conductas a lo que estaba pasando.

Esas posiciones también les ha supuesto un coste personal, familiar y social, porque han sido señalados y considerados traidores en su entorno.

-Han tenido un coste personal muy grande. Han sido repudiados primero por su entorno, en algunos casos incluso familiar, por su círculo social, muchos viven en localidades no muy grandes, donde todo esto se traduce en un vacío, te retiran la foto de la Herriko, cuando no son pintadas... es un coste muy grande. La palabra traidor ya sabemos lo que supone en este país, sobre todo cuando viene de determinado mundo que por detrás tiene una organización armada como ha sido ETA. Ellos son conscientes de eso y sabían a lo que se atenían e incluso alguno me ha confesado que pensaba que lo de Yoyes [se refiere a Dolores González Katarain, la exdirigente de ETA asesinada por la banda tras reinsertarse] podía repetirse, aunque no le querían dar mucha relevancia.

¿En qué medida el factor Yoyes, el miedo a ser asesinado por los que hasta ahora han sido los tuyos, estaba presente en sus reflexiones?

-Alguno de los que he podido entrevistar me lo citó expresamente. No hablaba de miedo pero sí creía que podía correr una suerte parecida a la de Yoyes.

Carmen Guisasola, una de las cabezas visibles de la vía Nanclares, dice que hay que ser más valiente para salir de ETA que para entrar en ella.

-Se refiere a que uno tiene que enfrentarse a sí mismo para hacer esa reflexión y ese reconocimiento de que lo que se ha hecho ha infligido mucho dolor a mucha gente y ha creado un clima social y político negativo durante décadas. Implica ese acto de valentía de enfrentarse a uno mismo. Luego es muy difícil mostrarse disidente en un mundo tan cerrado como lo ha sido el de ETA y su entorno cuando es lo único que tienes. Ellos me comentaban que había muchos que han conocido en su trayectoria que tenían un pensamiento muy parecido al suyo y que estaban incluso dispuestos a dar ese paso pero a última hora no lo hacían por la incertidumbre de qué pasará con su familia, qué le puede decir su propia familia, su entorno...

Para unos, son unos traidores, pero para otro sector también son simplemente unos asesinos que solo buscan beneficios y acortar su tiempo en la cárcel.

-No han tenido ningún recorte de la condena. Ninguno de los presos de la vía Nanclares, ninguno, ha salido de la cárcel antes por el hecho de serlo. De lo que sí han disfrutado es de los beneficios penitenciarios que cualquier preso tiene siempre que cumpla unos requisitos dentro del orden penitenciario o jurídico normal. Eso pasa por que acepten la legalidad penitenciaria de manera individual y ello supone que acepten la evolución de grados (a los miembros de ETA, según entran en prisión, se les asigna el primer grado, el régimen cerrado) y a partir del segundo grado pueden beneficiarse de permisos, algunas salidas, etc., pero el cambio de grado pasa por que el preso rechace el delito que cometió, se desmarque de la organización armada con la que cometió ese delito, reconozca el daño causado y se comprometa al resarcimiento económico de las víctimas.

Es algo similar a lo que ahora se está planteando desde la izquierda abertzale. ¿Puede darse esa paradoja de que los disidentes de Nanclares han sido la vanguardia por la que ahora puede transitar el resto de reclusos de ETA?

-Para mí, sí. Aunque ellos no se ven como pioneros de nada, porque parten de una reflexión personal propia, sí han sido vanguardia, la luz para que otros puedan hacer lo mismo aunque no lo reconozcan así ni lo verbalicen de esa manera. En definitiva, lo que los presos de la vía Nanclares han hecho es justamente lo que los dirigentes de la izquierda abertzale y muchos expresos de ETA han propuesto al EPPK que hagan.

Una nueva vía Nanclares...

-Sí, esta vía Nanclares está muerta desde que llegó el gobierno de Rajoy, porque se encargó de enterrarla, pero son muchos los actores que tienen que aportar, y los que más tienen que hacer son los propios presos. La única posibilidad de que esto se vaya desatascando, descartada la amnistía, es que vayan evolucionando por las vías legales de manera individual e ir poco a poco dando salida a la situación de los casi 400 presos que quedan.

¿Por qué la palabra arrepentimiento sigue siendo tabú también para los miembros de la vía Nanclares?

-Es una pregunta para la que no tengo respuesta. Creo que el arrepentimiento y la petición de perdón expresa es algo muy personal. Para ellos, entiendo que el arrepentimiento está incluido dentro de su autocrítica total y su desafección total a la violencia que ejercieron y en el reconocimiento de que lo que hicieron no estuvo bien.

¿Qué valor le conceden a los encuentros que han tenido con víctimas?

-Para ellos tuvo un valor muy importante. Les costó dar ese paso, porque pensaban que nunca iban a estar preparados y de hecho, primero en la cárcel, hablaron con muchos especialistas, políticos, psicólogos, catedráticos, etc. para ver si estaban maduros o no y a pesar de que muchos les decían que no, dieron el paso porque entendían que hacerles llegar a las víctimas la reflexión que habían hecho y contarles de viva voz que aquello que hicieron no estaba bien. Entendían que aquello no solo era bueno para ellos y para las víctimas, sino que era un ejercicio muy saludable para la sociedad en general y para el momento político en Euskadi.