hace cinco años Bélgica estuvo sin gobierno. Fue año y medio, 541 días, para ser exacto. Podría pensarse que para el país aquel fue un periodo nefasto. No lo fue; es más, su situación económica evolucionó de forma más favorable que la del resto de países de la zona euro. Hay algunas semejanzas entre la actual situación española y la de Bélgica entonces. Algo que para nosotros es una novedad, la fragmentación parlamentaria, es crónica y mucho más acusada en aquel país. Además, allí también hay identidades nacionales enfrentadas, aunque los dos colectivos demográficamente más importantes -flamencos y valones- están mucho más equilibrados que lo que lo están en España las minorías nacionales periféricas y la mayoría nacional española. Además de las diferencias de cultura política -en absoluto menores-, hay factores distintivos claros entre Bélgica y España. Allí no hay plazos para formar gobierno después de unas elecciones y, por otro lado, el monarca belga juega un papel mucho más activo que el monarca español. Ninguno de esos dos factores es trivial a estos efectos.
No creo que la situación de Bélgica vaya a reproducirse en España, aunque está por ver cuál será el desenlace final del culebrón político en que se ha convertido el proceso de investidura. Hasta hoy el resultado ha sido estéril, dado que seguimos sin gobierno. Pero no lo ha sido tanto a otros efectos, porque no todos han salido de él del mismo modo en que entraron. Mariano Rajoy sale de esta fase muy tocado. Por un lado, ha mostrado una pasividad asombrosa y, por el otro, la corrupción sigue pasando factura a su partido y a su persona. Son dos factores que debilitan objetivamente sus pretensiones de seguir siendo el candidato del PP a la presidencia del gobierno. Por su parte, Pedro Sánchez sigue vivo, que no es poco. Si tenemos en cuenta de dónde viene -los peores resultados electorales del PSOE desde la transición y un cuestionamiento gravísimo de su persona por parte de la nobleza socialista-, el hecho de que haya subido a la tribuna como candidato y que haya llegado a suscribir un acuerdo con una fuerza situada a su derecha, son importantes avales, quizás no para presidir el Gobierno, pero quizás sí para evitar su defenestración en el próximo cónclave socialista.
Al principio parecía que Podemos saldría beneficiado de una posible nueva convocatoria electoral, pero ahora no está claro. Aunque Pedro Sánchez, con su acuerdo con Ciudadanos, ha facilitado el rechazo de Pablo Iglesias a apoyar su candidatura, quizás no todo su electorado comparta ese rechazo. Es probable que antiguos votantes socialistas vuelvan a su anterior opción si entienden que la actitud de Podemos dificulta un gobierno alternativo al del PP. Y por último tenemos a Albert Rivera. El suyo es el mejor balance. Ha mostrado cintura, ha aparecido como un político capaz de afrontar sin complejos negociaciones con unos -PP- y con otros -PSOE-, y ante un amplio espectro del electorado aparece como el más capacitado para evitar un gobierno muy escorado hacia cualquiera de los dos extremos. Por todo ello, Ciudadanos puede acabar obteniendo un mayor apoyo de sectores que hasta ahora han respaldado al Partido Popular.
La duda, ahora, es si se formará un gobierno antes de mayo o si, por el contrario, nos dirigimos a unas nuevas elecciones generales a finales de junio. Es lo malo de no ser belga, porque ellos estuvieron sin gobierno pero no repitieron las elecciones, y aquí, sin embargo, puede que haya nuevas elecciones aunque éstas no sean garantía de que se pueda gobernar.