Contra lo que -confiando en las encuestas- vaticinaba este columnista, la izquierda no menguó en España. Dejando al margen a los partidos de corte explícitamente nacionalista o independentista, la izquierda, en su conjunto, ha cosechado más de 11,5millones de votos, 2,8 más que en las elecciones de 2011. Por el contrario, la derecha ha pasado de 12,1 a 10,7 millones. Se han dejado en el camino 1,4. Los nacionalistas, por su parte, han pasado de 2,3 a 1,8.

Finalmente, el gran protagonista de las elecciones ha sido Podemos, que ha recibido votos de todos los sectores de los que podía beneficiarse: centro derecha, Partido Socialista, anteriores abstencionistas (la participación ha subido) y nacionalistas, de izquierda principalmente (en Vasconia de manera especialmente intensa, por cierto). Todos esos electores han entendido que votar a Podemos era la forma más efectiva de oponerse a las políticas que se han aplicado desde 2008 hasta el momento y de provocar un cambio en la Moncloa.Y sin embargo, lo cierto es que, incluso si se le suman los votos obtenidos por sus alianzas con otras fuerzas, Podemos no deja de ser el tercer partido, con el 21% de los votos y 69 diputados (20% de los escaños).

Con ese (limitado) bagaje, Pablo Iglesias exige una reforma constitucional que satisfaga dos requisitos de manera simultánea. Por un lado, pretende que la Constitución recoja el reconocimiento de ciertos derechos propios del ideario de izquierda. Y por la otra, demanda que se reconozca el derecho de autodeterminación de las naciones periféricas. Pero las posibilidades de reformar la Constitución en esos términos son muy lejanas. La derecha se opondrá a la inclusión en ella del reconocimiento de los derechosde carácter “social” que demanda la izquierda. Más difícil se presentauna reforma de la Carta Magna que incluya el reconocimiento efectivo del carácter plurinacional de España. Al fin y al cabo, sólo una tercera parte del electorado ha votado a formaciones que de forma explícita avalan esa pretensión.

En la más inocente de las lecturas, la exigencia de una reforma constitucional con esos contenidos no sería más que un brindis al sol, y en la más malévola, una forma de poner al PSOE condiciones inaceptables de cara a un posible gobierno liderado por Pedro Sánchez. Por esa razón, hoy no es posible anticipar qué ocurrirá con la formación del gobierno, y no puede descartarse que hayan de repetirse las elecciones. Si Iglesias pone el listón muy alto a los socialistas, significará que su opción no es la de apoyar un gobierno alternativo al actual, sino apostar por otras elecciones con la esperanza de -entonces sí- conseguir el sorpasso y sustituirlos como referencia de la izquierda. Sería algo similar a lo que ocurrió con Syriza y el PASOK en Grecia. Y si el listón no lo pone demasiado alto, todavía haría falta saber si Sánchez se la juega en una aventura complicada y de destino incierto.

Pedro Sánchez tiene ante sí un problema de muy difícil solución. Por un lado no le resultará fácil, si fuera el caso, explicar a su electorado que no disputará al PP el gobierno. Por otro, y aunque quizás me equivoque, un eventual apoyo del PSOE al PP, aunque fuese mediante la abstención, sería el suicidio político de los socialistas. Y por último, depender de Podemos y de algún partido nacionalista para gobernar tampoco parece una opción muy viable, y no sólo por la oposición que pueda encontrar dentro de su partido. El problema de Sánchez es, en política, lo más parecido que cabe imaginar a la resolución de un sudoku esférico.