No sé yo si España quiere tanto cambio como van proclamando la mayoría de los titulares desde la noche del domingo. Es incontestable que el bipartidismo está tocado, pero también que más de la mitad de los votos han ido a parar a PP y PSOE (no digamos ya los escaños por aquello del peculiar sistema que es al mismo tiempo “proporcional y mayoritario”). Por ser más específico, estaríamos en la tercera acepción que la RAE acepta para definir una crisis: “Situación de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación, modificación o cese”. Es decir, lo que viene siendo en lenguaje popular “si eso luego, ya? eso”.
El mordisco de Podemos al PSOE no le constituye en la referencia dominante de la izquierda a corto plazo y a Ciudadanos no se le espera como recambio del PP. Este era su momento, el de los emergentes; lo decían ellos mismos, con o sin asalto a los cielos, con o sin segunda Transición, pero los cálculos previos poco tienen que ver con los resultados finales. Me ha sorprendido la rapidez con la que han fijado sus posturas iniciales cada formación teniendo en cuenta las dificultades para formar un Gobierno, y no digamos ya si lo que se pretende es que el nuevo Ejecutivo goce de algo parecido a la estabilidad. Si PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos hacen durante dos meses lo que han dicho que van a hacer, habrá elecciones anticipadas. No estoy diciendo que las haya, aunque no es descartable, sino que alguno va a volver a variar su discurso. Donde hay más ganas de que cambie España es en Euskadi, porque la ciudadanía vasca sí ha apoyado ampliamente un giro en la política española. PSOE y PP, aunque las cifras se maquillen como a uno le interese, siguen perdiendo fuelle y presencia en la sociedad vasca. Es cierto que Euskadi nunca ha tenido querencia a ese bipartidismo español, aunque ha habido alguna excepción (la más reciente en 2008 con la excepcional circunstancia de votar bajo el shock del asesinato de Isaías Carrasco).
Pero esta vez, para que no quedara duda, la opción estatal preferida ha sido la que mejor encarna precisamente el cambio.
El saludo del PNV a Podemos la misma noche electoral, además de la debida cortesía, debe leerse como un ejercicio de realismo para reconocer que tocará en el futuro encontrarse en el camino muchas veces y cuanto antes se tome nota de ello, mejor.
Tanto cambio en el voto vasco ha hecho también que salten por los aires algunos de los clásicos. Para los sociólogos, Araba ya no es Ohio, no basta comprobar quién gana allí para conocer quién se sentará en La Moncloa.
Tampoco parece que los votantes castiguen a los partidos en crisis; Podemos, sin apenas estructura, y con más de la mitad de su ejecutiva dimitida hace menos de un mes, ha ganado. Euskadi, de paso, no es cosa de cuatro partidos. Por diferentes que sean los resultados al Parlamento Vasco dentro de unos meses, veremos una cámara muy distinta y con más color.
Otro mito que cae: el voto de la izquierda abertzale no es tan fiel como dábamos por supuesto. Mi primera tentación ha sido escribir que la normalidad le ha sentado mal a quien acostumbraba a moverse en la épica del resistente. Pero claro, su líder sigue en prisión y poca normalidad hay en ello. Desde allí, desde la cárcel, ya advirtió que gobernar, hacer política vaya, requiere cambiar el estilo.