dONOSTIA - Jabier Salutregi, exdirector de Egin, salió de la prisión de Burgos el pasado 29 de octubre tras cumplir una condena de siete años y seis meses por pertenencia a banda armada -en un primer momento la Audiencia Nacional le impusó una pena de doce años-. Salutregi ha sido el único director de un diario encarcelado en la Unión Europea y el último periodista preso en el Estado español. Asegura que nunca recibió una directriz de ETA y que se limitó a ejercer su labor periodística.
¿Qué se le pasó por la cabeza cuando supo que le condenaban a doce años de prisión?
-Lo primero en que pensé es en la barbaridad que habían hecho, desde el punto de vista jurídico y político. Se demostró que la libertad de expresión no cabía tan fácilmente en una Constitución como la española. Yo sentí rabia y una indignación tremenda, y lamenté que la casta periodística se dejara dominar con una docilidad tremenda. Eso es imperdonable.
¿En qué se ha apoyado en estos siete años y medio?
-Sobre todo en mis convicciones, que se han fortalecido, en la familia y en los amigos. Son los tres pilares fundamentales. También te ayuda a mantener una disciplina, estudiar, leer. En mi caso, aprendí a pintar. Aunque la cárcel es un camino muy tormentoso y muy tortuoso, al final acabas aguantando. Malamente, pero aguantas.
Ha cumplido su condena en tres fases. ¿Cómo vivía pensando que en cualquier momento podía volver a entrar en prisión?
-Es una gran pesadilla, porque desde la primera vez que me encarcelaron hasta que salí el pasado día 29, han pasado más de 17 años. Lo peor era la incertidumbre. Yo estaba corriendo a 250 km/h por las carreteras y caminos de Euskal Herria. Cuando me detuvieron, el cuentakilómetros se quedó en cero. Coqueteé con la depresión y anduve muy mal.
¿Cómo recuerda el 15 de julio de 1998?
-Yo estaba de vacaciones por el Levante. Recibí una llamada a las cinco y media de la mañana y pensé que eran los compañeros que estaban de despedida de soltera. Pero quien estaba al teléfono era un inspector de policía que había entrado al periódico con Garzón. Cuando llegué a la redacción me encontré con 200 agentes rodeando el edificio con pistolas y todo tipo de equipamiento militar. Fue muy doloroso ver aquello, porque allí no había más que papel y tinta, y ordenadores que revisaron una y otra vez sin encontrar nunca nada.
Acudió usted voluntariamente a la Audiencia Nacional para que le encarcelaran.
-Fui el día 22 de julio. Me hicieron sentarme en un banquito que había junto al despacho de Baltasar Garzón. Se abrió la puerta y se me dijo que estaba arrestado. Hasta que el juez aceptó verme pasaron bastantes horas. Me tomó declaración y me mandó a la cárcel en calidad de detenido. Al día siguiente me volvieron a llevar a la Audiencia Nacional y el señor Garzón esta vez no apareció. Vino su secretaria y me dijo que iba incondicionalmente a prisión.
¿Había una fijación con ‘Egin’ entre los magistrados y los políticos de Madrid?
-De Madrid y de aquí. La gran campaña orquestada por Ardanza y Atutxa fue tremenda. Dijeron que por “higiene democrática” había que cerrar Egin, y echaron la alfombra a las instituciones de Madrid para que entraran con todos sus correajes.
¿Alguna vez recibió usted directrices de ETA sobre qué debía publicar o cómo debía dirigir el periódico?
-¿Cómo puede pensar nadie que un tío de ETA pueda dirigir un diario? Es imposible. Decían que recibíamos “directrices generales”. ¿Qué directrices puede tener un periódico? Un periódico tiene que estar al día y donde surge la noticia. Es inconcebible que una organización armada estuviera diciendo a alguien qué es lo que tenía que escribir. No ha habido nada de eso. Nosotros éramos un diario que había surgido con una aportación ciudadana de dinero tremenda, por voluntad popular. Pero ni se nos respetó ni se nos aceptó: nos machacaron.
¿Cómo reaccionó la sociedad vasca al cierre de ‘Egin’?
-Muchos reaccionaron con miedo y otros con indignación, sobre todo los lectores. Nosotros no vendíamos mucho, pero difundíamos bastante y teníamos impacto en un sector de la sociedad. Nos leían los funcionarios e incluso la Guardia Civil.
Usted acusó a la clase periodística vasca y española de “cobardía” y de callar “como muertos”.
-Me refería a la casta periodística, a los columnistas y tertulianos que hacen el payaso. Ellos dan cuerpo a toda la hegemonía política española y son los opinadores oficiales del establishment. Saben de todo, hablan de todo y nunca profundizan, siempre andan en la superficie. Son pus, así lo dije y así lo mantengo. De todas formas, no se puede generalizar. Yo en este caso hablo mirando hacia Madrid, donde hay periódicos que dan grima. El único que tuvo las suficientes narices y criterio para decir que el cierre de Egin estaba mal fue Luis María Anson. El resto no dijo nada, casi aplaudieron. En Europa cualquier ciudadano se hubiera llevado las manos a la cabeza, aquí se aceptó como la cosa más normal del mundo. Tuvo que llegar el Supremo para decir que no se podía clausurar un medio salvo en contadísimas ocasiones, como un estado de alarma o de guerra. Se pasaron la Constitución por la entrepierna.
¿Qué sintió cuando el Supremo dictó que la Audiencia Nacional había aplicado indebidamente la clausura de ‘Egin’ y que la actividad del diario no era ilícita?
-Pensé que el tribunal tenía que haber ido más lejos y meterle un puro a Garzón por prevaricación. Era un hombre dado a la prevaricación, podía actuar como quería contra la izquierda abertzale, siempre le daban manga ancha. Cuando cerró el periódico nadie le dijo nada, hasta que llegó el fallo del Supremo. Pero ya era tarde, a un medio le quitas su producción y cae por sí mismo.
¿No hubo posibilidad de reabrirlo?
-No hubo ninguna, porque económicamente no estábamos como para echar cohetes. No producíamos, no generábamos beneficios y las deudas que teníamos no se podían pagar. Entonces, a los siete u ocho meses del cierre hubo una quiebra técnica.
¿Qué le parece que el juez Garzón se haya convertido en un icono de la izquierda?
-Es el colmo de los colmos. Es un señor que ha pasado de estar de caza con toda la jet set española a ser el mayor progre del mundo. A Garzón le gusta la fama, las fotos, que le aplaudan en la universidad, en Chile, en Argentina... Engañaba entonces y engaña ahora. Que se vaya a casa y que nos deje en paz a todos.
¿Podría darse hoy en día en España un cierre policial de un medio?
-Yo creo que no. No creo que sean tan torpes de repetir aquella barbaridad.