pocas veces una victoria electoral tan clara deja tantas incógnitas sobre el futuro. Los resultados de la lista de Junts pel Sí hubieran sido “muy buenos” si no fuera porque la propia formación se había puesto unos deberes que requerían unos resultados “excepcionales” para llevar a cabo su programa. Depender de la CUP para investir presidente aleja las posibilidades de que sea Artur Mas quien lidere el nuevo Govern resultante. Esa es la primera incógnita que debe ser despejada.
La segunda incógnita, y es la que ha marcado el núcleo de estos comicios, es si con este reparto de escaños y de votos se debe activar el plan propuesto para declarar la independencia en el plazo de 18 meses. Poder... sí se puede. Hay escaños suficientes. Otra cosa es que sea conveniente. Ahí el negocio se vuelve más incierto porque los resultados siguen siendo muy ajustados incluso en las lecturas más generosas para el independentismo. No alcanzo a imaginar cómo se saca adelante tamaña empresa sin una mayoría muy cualificada.
¿Significa eso que nada debe cambiar? No; ni mucho menos. No sé a qué se debe este alborozo en las filas unionistas; los resultados son un nuevo toque de atención sobre un modelo de Estado que no da más de sí porque se ha aplicado de manera cicatera.
Las urnas también dejan claro que hay una amplísima mayoría (esta sí que lo es) que exige un cambio en las relaciones entre Catalunya y España.
Esconderse, una vez más, como lo ha hecho Rajoy es insistir en el error. Hacer oídos sordos a una demanda que se repite cada cita con las urnas es ser un irresponsable. Esta vez parece que no, que dejar pudrir el problema no lo va a volatilizar, sino que lo acentúa. Pero lo que ha sido malo para el PP ha sido bueno para el resto: su vis xenófoba y populista encarnada antes en Maroto y ahora en García Albiol ha salido trasquilada. Esa es una excelente noticia para futuros aventureros: pasarse de frenada tiene un alto precio.
¿Y Pedro Sánchez? Si se trata de saber que es español, de acuerdo. Si tengo que adivinar que es algo parecido a socialista, la cosa se me complica. Y, si trato de adivinar qué futuro ofrece a la ciudadanía catalana, reconozco que estoy totalmente perdido. Lo siento, no le entiendo a este hombre cuya mayor fortuna, nada que ver con la virtud, es tener enfrente uno menos capacitado. Es la mejor encarnación del mal menor. Así llegó Zapatero a la Moncloa; luego no conviene menospreciar esta vía tan poco ortodoxa.
De los llamados emergentes hay un ganador y un perdedor, aunque se supone que la cosa no iba de eso. Albert Rivera ya no es catalán, o no especialmente catalán. Terminará en Alberto. Es la metamorfosis que va de Ciutadans a Ciudadanos. Y coleta morada, uno de los grandes perdedores, acaba de descubrir tras pasar por universidades de todo el mundo que Catalunya no es España.
Conocidas las aspiraciones de cada cual, no está de más volver del mundo de lo deseable al terreno de lo posible. Eso pasa por un nuevo acuerdo con el Gobierno español resultante de las próximas generales (el actual, el del PP, ya ha demostrado ser incapaz) sobre las bases que ya fueron formuladas hace más de un lustro: respeto a la decisión del Parlament, referéndum y blindaje de la aplicación de ese texto.
No se trata de saltarse legalidades, pero tampoco de que en nombre de estas, como si fueran columnas inamovibles, se constriña la voluntad de la mayoría de la sociedad catalana.
De ahí la necesidad de un acuerdo político que, previsiblemente, requerirá de una reforma constitucional en España que cierre lo que dejó mal resuelto tras la dictadura franquista. Dejar una cuestión tan complicada (lo es aunque algunos se empeñen en el trazo grueso) en manos administrativas para evitar abordarla en términos políticos es un error. Pasar al Tribunal Constitucional lo que no es posible acordar en un Parlament o en un Congreso es una irresponsabilidad.