Usted trabaja en el proceso de paz de Colombia, donde recientemente se ha acordado crear una Comisión de la verdad.
-Sí, se ha firmado un documento de lo que será la futura Comisión de la verdad. Es una buena noticia para Colombia, las víctimas lo están esperando desde hace muchísimo tiempo. En el proceso de paz en Colombia se empezaron a dar pasos que no se habían dado en ningún otro proceso de cómo escuchar la voz de las víctimas en la mesa de negociación, hubo foros por el país, una visita de 60 víctimas y cinco delegaciones a La Habana frente al Gobierno y las FARC y eso ha tenido un impacto positivo. El acuerdo sobre una comisión de la verdad es el camino de vuelta desde la mesa a una demanda social presente en el país hace mucho tiempo.
¿Cuál ha sido su labor en este proceso?
-Yo soy una de las personas que ha escrito y elaborado un documento sobre la importancia de la verdad en el proceso de paz, es parte de mis preocupaciones con el trabajo con las víctimas, que la verdad se les niega y que se ponga en marcha un mecanismo independiente que investigue lo que ha pasado, que reconozca a las víctimas y que eso sea una contribución a la paz.
La pregunta es obvia: ¿es necesaria en Euskadi una comisión de la verdad?
-Una comisión de la verdad se ha discutido en muy diversas ocasiones y para muy diferentes periodos históricos. Hay cosas que no se hicieron durante la transición y todavía estamos a tiempo de hacer. Haber constituido una comisión de la verdad que hiciera frente a las violaciones de derechos humanos cometidas durante el franquismo hubiera sido muy importante. La verdad en el contexto de la salida política a la violencia en el País Vasco también es un elemento importante. Y ha habido iniciativas parciales que han intentado hacer frente a esa situación, a través de las leyes de reconocimiento a las víctimas, la comisión para el esclarecimiento de violaciones de derechos humanos cometidas por la policía del 60 al 78, estamos esperando el nuevo marco legal que dé cobertura a un trabajo similar de investigación y reconocimiento a las víctimas prácticamente hasta la actualidad... Habría que unificar el trabajo de verdad y memoria, pero creo que una instancia que dé espacio a las víctimas, que las escuche, que convierta esa historia de dolor en una historia por la gente y que sea una lección moral para el resto de la sociedad es una tarea que sigue pendiente en el caso del País Vasco. Instrumentos como la comisión de la verdad pueden ser muy importantes, y lo han sido en otros países, puede haber otros, pero la tarea en sí es un elemento central.
¿Esas diferentes iniciativas que ya están en marcha pueden ‘sumarse’ con resultado similar al de una comisión de la verdad?
-La comisión de la verdad es una instancia extrajudicial que tiene una legitimidad moral como instrumento para hacer frente a las violaciones de derechos humanos en determinado contexto histórico, que conlleve también un reconocimiento a las víctimas, una toma de testimonios, la construcción de una historia en la que la perspectiva de las víctimas esté incluida, todo eso es parte de lo que se está haciendo en el País Vasco, pero de forma fragmentada. Son elementos de un proceso mayor que en otros casos se ha dado a través de una comisión de la verdad y aquí se produce por iniciativas separadas y fragmentadas que hay que buscar la manera de que se hagan con los mismos criterios de respeto a los derechos humanos y reconocimiento a las víctimas y ojalá con una cierta coordinación de instancias, marcos legales, etc. Sí creo que hay las condiciones para hacer una política más global sobre eso.
¿En qué aspectos sería positivo el conocimiento de toda la verdad?
-Para las víctimas, la verdad es un marco social de reconocimiento de una experiencia que tiene una causa social y política pero muchas veces han tenido que guardar ese dolor en su corazón, no han tenido ese reconocimiento. Han sido experiencias individuales. Ese marco social es muy importante para las víctimas y muy saludable para la sociedad. La verdad tiene una función social. La construcción de esas verdades ayudaría también a hacer un examen crítico del pasado, a sanar las heridas.
¿Ayudaría a ello un reconocimiento por las partes del daño causado?
-Ojalá, aunque la experiencia de las comisiones de la verdad han tenido menor éxito. Pero el reconocimiento de quienes han participado directamente en la violencia, el examen crítico, es muy saludable para todos. Nelson Mandela hizo un reconocimiento público de las violaciones cometidas por la ANC. También aquí quienes han participado en la violencia deberían hacer un reconocimiento de la injusticia del sufrimiento producido, quienes lo han apoyado. Aquí ha habido una discusión sobre la igualación de las víctimas. Las víctimas tienen los mismos derechos. Se necesita una igualación moral del sufrimiento. Eso no significa igualar los mecanismos de victimización. Hay que separar esos dos planos, porque cuando se confunden pueden dar lugar a mucha manipulación política. Una cosa es los derechos de las víctimas y el reconocimiento del dolor al que todas tienen derecho y otra cosa es la discusión política sobre los mecanismos que han hecho posible la violencia. En esta segunda parte, mucha gente no se va a poner de acuerdo. Pero el primer paso es como el suelo que nos permite caminar, la base. De ahí se puede avanzar.
¿Debe tener la verdad consecuencias jurídicas? ¿Cómo se salva la impunidad?
-Esto también está en discusión en Colombia. El acuerdo para la comisión de la verdad explicita que el trabajo de la comisión no va a tener consecuencias jurídicas, como una manera de separar esos planos. Esto significa que tendrá que discutirse cuál es entonces el mecanismo de justicia, y eso está aún en discusión. Un riesgo en Colombia es que cuando todo se judicializa, el derecho a la verdad termina siendo marginado del proceso y siguen prevaleciendo las versiones de los perpetradores. En términos generales, la verdad es parte de la lucha por la justicia, y ambas no se pueden separar. La verdad no debería ser solo un reconocimiento de que eso sucedió y que fue injusto, sino que debería conllevar una sanción. Sin sanción, muchas veces lo que tenemos es el mantenimiento de las condiciones de impunidad. La impunidad impone no solamente una versión de la historia sino también el mantenimiento de relaciones de poder en el presente. Hay que quebrar la impunidad, sin esa quiebra no va a haber reconstrucción de la convivencia.
¿Conoce algún otro caso en el mundo en el que el fin de la actividad armada no lleve aparejado un mínimo proceso de paz?
-El caso del País Vasco es el primero de los que yo conozco que tiene que hacerse contra la voluntad de un Gobierno, en términos de reconocimiento del proceso. En todos ha habido algún tipo de diálogo, de negociación, en el que han puesto ciertas condiciones para poder hacer un proceso. En este caso, no se ha puesto ninguna condición y muchas veces desde el Gobierno español se han tratado de poner obstáculos a determinadas medidas que ayudarían a distensionar. Sí, es el primer país de los que yo conozco que se ha hecho en esas condiciones.
Los escollos son el desarme de ETA y los presos. ¿Qué pasos deberían darse?
-Lo importante es un desarme que sea real y efectivo. Eso debería ser parte de las mejores condiciones de un diálogo, de una solución política global en el que se acuerdan los pasos que se van a dar. En un escenario en el que no se da ese acuerdo, lo mejor sería que ETA lo hiciera unilateralmente. Claro, tiene que tener condiciones para hacerlo, y eso me parece que es lo que está detrás de las discusiones que hemos visto en los últimos tiempos. Pero tiene que mostrar voluntad política de hacerlo. No es una cosa que se pueda hacer a medias, alargarla en el tiempo o tratar de representar un proceso que no lo es.
El diagnóstico parece claro, pero ¿cómo se deshace el nudo?
-Yo creo que también se están dando cambios en la política vasca y española que tienen que contribuir a ello. En la actualidad se necesita un replanteamiento del proceso, con nuevas condiciones en el Gobierno español y con las nuevas condiciones en la propia sociedad vasca, la evolución en el tiempo, la mejora del clima social... todo eso tiene que contribuir a una refundación de una política que englobe cosas que ya se han hecho, y que son muy positivas, pero que las ponga para que ayuden a coordinarlas y darles una visión común.
Es lo que ahora se llamaría desterrar la “vieja política”...
-Necesitamos aires que no reproduzcan la discusión política del pasado. Necesitamos gente que sea capaz de cruzar al otro lado, de hacer un reconocimiento del otro sin que eso signifique que están de acuerdo políticamente, necesitamos que haya un examen crítico del pasado, la izquierda abertzale tiene que hacer un examen crítico del pasado, algún paso ya ha dado, ETA tiene que hacer un reconocimiento de su responsabilidad, hay una parte de los partidos que han negado la práctica de la tortura y tienen que reconocer que eso se ha dado, en la medida que hay datos e investigaciones que lo validen, quienes han mirado hacia otro lado, ya sea ante la violencia de ETA o la del GAL, es importante que hagan ese reconocimiento... son contribuciones muy importantes. La clave en estas cuestiones es quién empieza.
Nos quedaría el reto social de la convivencia.
-La sociedad vasca ha mostrado a lo largo de los años mucha mayor madurez política y cohesión, incluso en los momentos más duros de la violencia. Ha habido una sobrerrepresentación de la polarización social a través de los medios. Hay ahora cierto cansancio y el riesgo de una desmovilización de la energía social positiva. La construcción de la paz necesita energía social, no es algo que se vaya a dar por el paso del tiempo o por el fin de la violencia sin más, hay muchas cosas que hacer que nos pueden dar energía como sociedad. Ahora tenemos las condiciones y necesitamos la energía que hubo en otros momentos.
¿Es posible la convivencia bajo el esquema de vencedores y vencidos?
-Es un muy mal esquema para reconstruir la convivencia, porque entonces quiénes son los vencedores y quiénes los vencidos cuando hablamos de una situación de violencia compleja. En esa discusión, vamos a los lugares de siempre. Pongamos otro esquema: que el vencedor sea la cultura y el respeto de los derechos humanos y el vencido sea la violencia, la exclusión, la marginación y la falta de reconocimiento. Desde ese punto se pueden dar pasos.
En los últimos tiempos hemos visto diálogo entre víctimas de diferentes violencias, a víctimas y victimarios abrazarse y otros gestos. ¿Es algo anecdótico o son un ejemplo?
-Primero, no hay que poner sobre la espalda de las víctimas el que tengan que hacer eso como parte del manejo del dolor. Es algo que han hecho algunas víctimas de una manera humanamente muy potente y muy conmovedora y con una enorme capacidad de pasar al otro lado e identificarse con la otra persona. Se dio en Glencree, donde víctimas de diferentes violencias terminaron diciendo “estamos todas en el mismo lado”. Esa capacidad de reconocimiento del otro, de empatía, que han hecho muchas víctimas es una lección moral para todos. No es una anécdota, es una lección moral que nos tiene que cuestionar a todos.
“El de Euskadi es el primer proceso que conozco que tiene que hacerse contra la voluntad de un gobierno”
“Se necesita una igualación moral del sufrimiento. Eso no significa igualar los mecanismos de victimización”
“La verdad es parte de la lucha contra la injusticia; no es solo reconocer lo que sucedió, debe conllevar sanción”