solo desde la desesperación y el pánico podrían entenderse las frenéticas maniobras de algunos dirigentes de UPN para evitar que sucediera lo que definitivamente sucedió por voluntad popular. Las sigilosas visitas de Yolanda Barcina o sus emisarios a la Moncloa y a Ferraz para forzar la voluntad del PSN y su vuelta al redil de mamporrero para, si las cuentas daban, volver al régimen con el apoyo del PP navarro. Ante las reticencias de la nueva Ejecutiva Federal del PSOE para cualquier pacto con el PP, fuera cual fuera, Barcina pensó que otro acuerdo, mucho más descabellado, podría salvar sus muebles: UPN, PSN, Geroa Bai y Podemos. Por supuesto, no prosperó.
Conocidos los resultados, y ante la prácticamente inapelable pérdida del poder que ejercieron de forma tan amplia y abusiva durante decenios, la derechona navarra quedó en estado de shock hasta el punto de ni siquiera dar la cara durante unos días tras las elecciones. Luego, recomponiendo el gesto, pasó al ataque con el estilo de siempre: mentiroso, vengativo, desabrido, altanero y cateto.
Apeló al argumento habitual, el “que vienen los vascos”, pero esta vez con mayor potencia de fuego. Los excesos verbales y las falacias políticas, como era de esperar, fueron pasando del sometimiento de Nafarroa a Euskadi hasta ETA al mando de la Policía Foral, pasando por lo del Gobierno nacionalista y radical (Barcina), la erradicación del aprendizaje del inglés (ella misma), la imposición del euskera y de los símbolos vascos, para terminar colocando la guinda la representante parlamentaria foral del PP Ana Beltrán, advirtiendo, ojo, que en Madrid ellos tienen mayoría y al primer desmán vendría El primo de Zumosol a poner las cosas en su sitio.
Todo un alarde de chulería falaz y rencorosa que ha gozado del ardor favorable de la Brunete mediática, que sin tener ni idea de la realidad de Nafarroa ha abrevado en los mismos tópicos tremendistas de una manera tan implacable como indocumentada. Y, curiosamente, esta arremetida contra el cambio no se ha limitado a los esperados exabruptos del periódico hegemónico local, sino que se ha extendido a la mayoría de los de ámbito estatal, incluyendo los delirios de un periodista navarro que aún asoma su bilis antivasca en un periódico supuestamente progresista.
En esta ocasión, además, el mal perder ha encontrado otro hueso que roer y añadir al “que vienen los vascos” echando mano del otro mantra, “todo es ETA”. La designación de la abogada María José Beaumont, propuesta por EH Bildu y nombrada por la presidenta Uxue Barkos consejera de Interior, ha sacado de sus casillas a la jauría de resentidos. Hasta ahí podíamos llegar, la zorra en el gallinero, ETA al frente de la Policía Foral, los asesinos encargados del orden? La inmensa mayoría de los voceras no tienen ni idea de quién es María José Beaumont, ni les importa. Les basta con poderla utilizar como martillo pilón y brocha gorda contra el Gobierno del cambio en Nafarroa.
La derechona navarra está rabiosa. Por naturaleza reacia al cambio, a cualquier cambio, se ha encontrado de bruces con el peor revolcón que hubiera imaginado. Y lo ha recibido entre el estupor y el resentimiento, como lo hizo en aquella efímera ocasión, 1995, en la que tomó el poder un Gobierno tripartito de coalición entre PSN, CDN y EA. Para que el lector se haga una idea de cómo se las gastaban los Aizpun, Gurrea, Del Burgo y demás obsesos del antivasquismo, en cuanto se planteó la creación de un órgano común entre Nafarroa y la CAV -pecado de leso antinavarrismo-, se filtró al periódico hegemónico la existencia de una cuenta bancaria en Suiza a nombre del presidente de aquel Gobierno, el socialista Javier Otano, que dimitiría pocos días después saltando por los aires el efímero Ejecutivo. Desde entonces, buena parte de la ciudadanía navarra sospecha que la derechona tiene en su poder dosieres suficientes para impedir cualquier tentación de descabalgarle del mangoneo.
Ocurre, además, que no solo han tratado y seguirán tratando de atrincherarse en sus dogmas ideológicos para el mantenimiento del poder, sino que a consecuencia del régimen clientelista que crearon se van a encontrar con el “coro de estómagos agradecidos” -en definición de Miguel Sánchez Ostiz- a las puertas de la sede de la plaza Príncipe de Viana haciendo cola para ver qué hay de lo suyo. Demasiados cesantes, demasiados resentidos, que presionarán para entorpecer a toda costa el cambio.
Añadida la codicia a la ideología, habrá que estar prevenidos ante el previsible juego sucio, la circulación de dosieres -reales o ficticios- y el escudriñar vidas privadas de los que desde ya consideran enemigos.
La decepción por la pérdida del poder es natural, incluso razonable en la contienda política. Pero este mal estilo, este no saber perder, esta ridícula y empedernida resistencia a reconocer la derrota, ese titubeante me levanto o no me levanto ante la ovación cerrada a la nueva presidenta, son signos de soberbia, de falta de entereza y de descortesía política. Es evidente su mal perder, pero al menos debían haber evitado que se notase tanto.