con la entrega al Ayuntamiento de Gasteiz del listado de personas asesinadas por ETA, por grupos terroristas de extrema derecha o por fuerzas policiales, la Secretaría de Paz y Convivencia del Gobierno vasco cierra la información proporcionada a las tres capitales de la CAV sobre el impacto de la violencia desde el comienzo de la actividad de ETA. La lista incluye a las personas asesinadas en Gasteiz y a los gasteiztarras víctimas de esa violencia en otros lugares. La suma de asesinados asciende a 42, y de ellos tres de cada cuatro fueron perpetrados por la organización armada vasca.

La entrega de esta relación al Consistorio de la capital alavesa corresponde a los Retratos Municipales de las vulneraciones del derecho a la vida que ya anteriormente el secretario de Paz y Convivencia, Jonan Fernandez, y la directora de Atención a las Víctimas, Monika Hernando, entregaron a los ayuntamientos de Bilbao y Donostia. Se trata de aportar los datos necesarios para conocer qué pasó con los vecinos y vecinas de cada municipio contra quienes se atentó a su derecho a la vida. Los 42 asesinados en Gasteiz, afortunadamente, no sumaron las sobrecogedoras cifras de 94 en la capital vizcaína o los 126 de la guipuzcoana, pero son más que suficientes para que miremos estremecidos a nuestro más próximo pasado, en el que vivimos, o sobrevivimos, sumidos en un espacio oscuro que necesariamente iba a dejar demasiadas heridas abiertas. Heridas, por supuesto, muy difíciles de curar.

A la Secretaría de Paz y Convivencia le queda pendiente, y en ello está, la entrega de las listas de personas asesinadas correspondientes a otros 146 municipios. Súmese a ello la macabra relación que queda pendiente en Nafarroa, ya que el departamento de Jonan Fernández no tiene jurisdicción para actuar en la Comunidad Foral. La suma total, sin duda, será una pesada losa sobre la conciencia colectiva de los vascos.

Hay que destacar que, a diferencia de la acogida que las listas entregadas a los consistorios de las otras dos capitales, el alcalde de Gasteiz, Javier Maroto, ha recibido la que corresponde a su ciudad sin ningún interés ni entusiasmo, casi tapándose las narices. Para el alcalde, en la vulneración del derecho a la vida perpetrada contra esas personas hay diferencias, hay clases. Todas ellas han sido asesinadas, de acuerdo -viene a decir-, pero no pueden compartir la misma condición de víctimas aunque todas ellas hayan perdido la vida de manera violenta e injusta. Maroto, como puede verse, se suma a la pura ortodoxia de vencedores y vencidos promulgada por algunos colectivos de víctimas y asumida estratégicamente por el PP.

La consideración que sobre los centenares de vidas arrebatadas por la violencia se tiene desde los espacios ideológicos estancos es tan dispar como la que ya se está dejando ver en esa interpretación histórica que viene denominándose “El Relato” y que ya predice discrepancias radicales, de manera que no se ve posible que vaya a ser unívoco.

Al detallar por separado los causantes de esa vulneración del derecho a la vida, la intención era resolver la objeción que impone “no mezclar” a unas víctimas y otras. Pero está claro que la intransigencia y el sectarismo jamás van a aceptar que se aporte la consideración de víctimas a otras que las perpetradas por ETA. Los colectivos de la órbita de la AVT y el PP que se sirve de ellos no están dispuestos a ver en una misma lista a personas asesinadas que no sean las suyas aun a costa de dejar abierta indefinidamente la herida del cuerpo social vasco.

Es insultante que de manera tan explícita se establezcan categorías de víctimas. Es una ofensa a las víctimas de cualquier condición, que se cierre los ojos y se exija tratamiento inferior ante vulneraciones del derecho a la vida tan flagrantes como los asesinatos de Lasa y Zabala o los perpetrados por fuerzas policiales o de extrema derecha. Pero algo tan evidente como eso de que la muerte -y también la muerte violenta- iguala a todos no parece que vaya a ser aceptado de ninguna manera.

Y aunque hay un evidente fondo político en este empeño por rechazar cualquier equiparación en la condición de víctimas, existe una dificultad añadida basada en los libres e incontrolados sentimientos que vuelcan toda su intensidad en el dolor propio, el dolor cercano, el dolor ideológicamente compartido. Quienes toman como referencia, por ejemplo, el asesinato de Miguel Ángel Blanco, nunca soportarán verle compartir una misma relación de víctimas con cualquier asesinado por los GAL. Tampoco será fácil que un familiar o simpatizante de personas asesinadas por el terrorismo de Estado acepte compartir espacio en la memoria con, por ejemplo, Melitón Manzanas.

Solo el tiempo, y quizá ni eso, podrá tender los puentes necesarios para superar las consecuencias del enorme daño causado. En cualquier caso, y como tantas veces se ha constatado en esta columna dominical, la inmensa mayoría de la sociedad vasca se considera ajena a este debate. Y eso tampoco ayuda a su clarificación.