El legado de Francisco Franco, el dictador, fue Juan Carlos I. "Todo queda atado y bien atado". La herencia del rey que abdica se recoge en otra frase. "Hoy merece pasar a primer línea una generación más joven". Felipe, el príncipe, el VI, como relevista. El tránsito entre esos dos enunciados, que encierran una misma idea, cosen el reinado de 39 años del rey que decidió dejar de serlo. Una biografía encorsetada, aterciopelada y maquillada por los devotos de la monarquía, que siempre agigantaron la figura de Juan Carlos, el rey que quiso Franco, diseñador junto a Don Juan, su padre -el rey sin corona-, de su preparación para la jefatura del Estado, cargo ostentado durante cuatro décadas, aunque algunos le apodaron como El breve. Se equivocaron. El breve ha sido longevo. Una vida a cuerpo de rey repleta de claroscuros y renglones torcidos.

Nacido en Roma el 5 de enero de 1938, es el primer hijo varón de Don Juan de Borbón y de Doña María de las Mercedes de Borbón. Juan Carlos era un chiquillo de diez años cuando Franco y su padre ya despachaban entre bambalinas para encauzar el horizonte. Se reunieron en un barco en aguas del Cantábrico para decidir que el futuro heredero debía ser educado en España. A cambio, el régimen dictatorial se comprometió a realizar una campaña favorable a la monarquía. Las balizas señalaban el rumbo de una institución a escondidas. Las maniobras orquestales se sucedieron y Don Juan, que residía junto a su familia en Estoril (Portugal), se presentó en España. La bisagra de la puerta había cedido gracias al lubricante del dictador.

A mediados de la década de los 50, el Conde de Barcelona y el General Franco, se reunieron para perfilar los próximos pasos de Juan Carlos, para entonces concluida su formación académica en el Instituto San Isidro de Madrid. Juan Carlos inició la pretemporada. Sus ensayos para reinar. Formación militar en los tres ejércitos: tierra, mar y aire. Además, ya en los 60, se dedicó a estudios monográficos de Derecho, Economía, Política y Filosofía que simultaneó entre la Universidad de Madrid y la Universidad María Cristina de San Lorenzo de El Escorial. En esa época se instaló en el Palacio de la Zarzuela, su residencia desde entonces, porque así lo quiso Franco. Allí enroscó el trono que esperaba. Era cuestión de tiempo, de tamborilear con los dedos. Su padre nunca reinaría. Lo haría él.

Boda con sofía Integrado de pleno en el engranaje institucional, Juan Carlos acudió a la boda de los duques de Kent. A la celebración, en junio de 1961, también asistió Sofía de Grecia. Cosas de la realeza. Luego se cumplió uno de los clásicos: de una boda salió otra boda. El 14 de mayo de 1962, Juan Carlos y Sofía sellaban su unión en Atenas. El matrimonio no tardó en tener descendencia: Elena, en 1963, Cristina en 1965 y Felipe en 1968. Su principal hito, sin embargo, estaba aún por llegar. El 22 de julio de 1969 el Franco propuso ante las Cortes Españolas a Juan Carlos de Borbón como sucesor en la jefatura del Estado, a título de rey. La muerte del dictador, en noviembre de 1975, le coronó. Dos días después fue proclamado rey. El breve iniciaba su reinado.

Una de sus primeras decisiones fue la concesión de un indulto generalizado en 1975. Asimismo se postuló en favor del cese de Carlos Arias Navarro como presidente del Gobierno y su reemplazo por Adolfo Suárez y promovió la Ley de Reforma Política, la celebración de las primeras elecciones democráticas al Parlamento, así como la promulgación de una nueva Constitución, que le blindaba. Esos capítulos posdictatoriales, no son equiparables, con el 23 de febrero de 1982, cuando los militares tramaron un golpe de estado con el brazo ejecutor de Tejero, que entró disparando en el congreso de los diputados con un puñado de fieles Guardias Civiles. De ese negro episodio quedan demasiados interrogantes danzando como para saber cuál fue el verdadero papel del rey. Algunos entienden que actuó como un cortafuegos, los hay, empero, que sostienen lo contrario. De hecho, su figura ha sido muy controvertida.

El kevlar del rey, en lo institucional y en lo privado, el propagandismo catalizado por el campechanismo lo mantuvo lejos de los ámbitos de la discusión de la ciudadanía, hasta que en los últimos años los borrones de su currículo han comenzado a acumularse groseramente. Esos pasajes le han descascarillado la armadura. Sus presuntos negocios con los países del Golfo Pérsico a cuenta del petróleo, la supuesta fortuna que ha amasado durante su reinado -The New York Times calcula en 1.800 millones el patrimonio del rey-, le situaron ante el ojo escrutador de la sociedad. La lupa ha ganado aumentos con la imputación de Urdangarin, su yerno, y su hija, Cristina, a cuenta del turbio caso Nóos.

Con todo, la cacería de elefantes en Botsuana, (pagada por un empresario saudí) nada más elitista y probablemente salvaje, ha sido la peor de sus pesadillas. En aquella aventura de toque colonialista, con la crisis golpeando en las vidas de millones de ciudadanos, en la que el rey se rompió la cadera, se destapó su relación con Corinna zu Sayn-Wittgenstein, su amiga especial. La rumorología se disparó. La popularidad de la monarquía, envuelta en diversos escándalos, cayó en picado y el rey, antes intocable, pasó a ser tratado como un personaje más próximo a la farándula que a la Corona. Atosigado por las críticas, el rey se vio obligado a pedir perdón. Algo insólito. "Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir", dijo colgado a unas muletas, (14 operaciones, 9 en los últimos 5 años) su iconografía. Era la constatación de su decadencia.