nuria ferragutcasas

El lema en latín E pluribus unum (De muchos, uno) se encuentra inscrito en los reversos de todas las monedas de dólar de los Estados Unidos y hace referencia tanto a la integración de sus estados en un solo territorio como a la diversidad de su población. Sin embargo, en los últimos veinte años, esta unión entre diferentes cada vez es más débil en el terreno político. La actual polarización entre los partidos ha sumido el país en una situación de ingobernabilidad insostenible que amenaza su economía y la del mundo.

Desde el auge del movimiento ultraconservador Tea Party en el 2009, los Estados Unidos han entrado en una espiral de confrontación política: la crisis de la deuda pública del verano de 2011, el abismo fiscal de fin de año del 2012, los recortes del secuestro presupuestario del pasado marzo, el actual cierre del gobierno y la nueva crisis de la deuda. Los republicanos y los demócratas seguramente llegarán a un acuerdo de mínimos en el último minuto, como han hecho en otras ocasiones, pero a un precio cada vez mayor para el sistema político y la economía estadounidenses.

La actual crisis fiscal es la peor de todas las últimas porque ha cerrado parcialmente el gobierno -de momento doce días y sigue sumando- y podría provocar su suspensión de pagos el próximo 17 de octubre si los dos partidos no pactan elevar la capacidad de endeudamiento del país. Los republicanos aflojaron el pasado viernes su presión sobre el presidente Barack Obama y ofrecieron un plan para evitar la bancarrota del gobierno sin condiciones. Así pues, aparcan, aunque sea temporalmente, el principal escollo de la negociación: una prórroga en la aplicación de la reforma sanitaria.

La actual batalla presupuestaria está pasando factura al partido Republicano ya que, según las encuestas, la mayoría de los ciudadanos les culpa del cierre administrativo. En los últimos días, algunos republicanos moderados y su líder en la cámara baja, John Boehner, decidieron elaborar esta nueva propuesta para evitar una suspensión de pagos del país que podría hacer descarrilar la recuperación económica e incrementar el malestar de la población con su partido. A pesar de esta oferta republicana, el presidente Obama se resiste a negociar con una pistola en la sien. "No voy a pagar un rescate para pagar las deudas de América", aseguró en una rueda de prensa a principios de semana. Aún así, ve con buenos ojos el cambio de estrategia de los conservadores, que puede significar el inicio del fin de la enésima crisis política.

Raíces de la polarización Los problemas del sistema político estadounidense no empezaron con el Tea Party, pero es evidente que este movimiento ultraconservador ha agudizado la polarización política del país. En las legislativas del 2010, el Tea Party ganó mucha influencia en el Congreso gracias a la victoria de candidatos afines como los senadores Marco Rubio y Rand Paul. Y poco a poco consiguieron hacerse con las riendas del partido Republicano. Los congresistas conservadores moderados y la tradicional clase dirigente del partido han cedido a las exigencias de este movimiento, que busca la reducción del tamaño del gobierno y su gasto, por miedo a perder su escaño en unas elecciones primarias. "Los seguidores del Tea Party son más activos políticamente que otros republicanos", asegura Alan Abramowitz, profesor de ciencia política de la universidad Emory, que considera este grupo "muy influyente" en la elección de candidatos conservadores.

Sin embargo, la polarización no es una novedad y tiene sus raíces en la Guerra de Secesión estadounidense. Los politólogos Nolan McCarthy, Keith Poole y Howard Rosenthal han estudiado cómo los dos partidos políticos empezaron a ser más homogéneos tras la Primera Guerra Mundial, y siguieron así durante los años de la Depresión, la Segunda Guerra Mundial y la posguerra. "Las experiencias de la guerra, las calamidades económicas y un nivel bajo de inmigración reforzaron la identidad nacional", afirma el profesor de la Universidad de Nueva York, Jonathan Haidt.

A partir de los años 70, pero, la polarización surgió otra vez. Los demócratas se convirtieron en el partido de los derechos civiles, y los republicanos forjaron una alianza con la derecha religiosa que les permitió ganar votantes en los estados del sur. Poco a poco los partidos se volvieron a distanciar y la crisis política tras la victoria reñida del republicano George W Bush contra el demócrata Al Gore, junto la guerra del Irak, germinaron la gran división del país de hoy. "Los republicanos progresistas y los demócratas conservadores han casi desaparecido", apunta el profesor Abramowitz.

Esta realineación de los partidos tiene grandes consecuencias a la hora de obtener grandes acuerdos en los presupuestos del gobierno, inmigración o programas de ayuda social, como la Seguridad Social. El compromiso entre partidos es esencial en el sistema político de los Estados Unidos, que ideado para proteger las minorías y evitar los abusos de poder del presidente está en crisis. Sin embargo, los demócratas, que controlan la Casa Blanca y el Senado, y los republicanos, que dominan la Cámara de Representantes, son incapaces de ponerse de acuerdo en casi nada. La parálisis política del país seguirá hasta que se consiga una reforma del sistema o los ciudadanos, cansados de esta situación, decidan dar una mayoría abrumadora a uno de los partidos.