vaya por delante que el asunto no es de hoy, que se trata de una forma de proceder atávica que muy posiblemente está en la entraña misma de la política al uso. Algo, sin duda los intereses partidarios, impide a las ejecutivas de los partidos políticos sumarse a acuerdos siempre que sean a propuesta o iniciativa de cualquiera de sus adversarios.
Ocurre, como digo, en todos los ámbitos, ya sean estatales, autonómicos, forales o municipales. Ocurre también en todas las temáticas, ya sean económicas, sociales, culturales o convivenciales. Al acuerdo, de salida: "no". Luego, quizá, a la vista de las ventajas posibles -partidarias, por supuesto- o de los inconvenientes sobrevenidos, o de lo incómodo de la soledad, ese desplante inicial podría incluso disfrazarse de sacrificio generoso y así salvar la cara con una abstención o, echándole más cara, con unos votos sí y otros no.
La actual legislatura en la CAV fue desde el primer momento un campo minado como consecuencia de la aritmética parlamentaria. A la fuerza ahorcan, el nuevo Gobierno presidido por Iñigo Urkullu hizo pública oferta de acuerdos a todas las bandas. Por pura responsabilidad, diría el Ejecutivo; por pura debilidad, humillaría la oposición; por pura estabilidad, evidenciaría el sentido común. Tal como estaba la situación, con una crisis económica devastadora, con un desempleo en caída libre, con unas heridas aún sangrantes tras cuatro décadas de violencia, muchos ciudadanos pensarían ingenuamente que el resultado de las urnas apremiaría a los políticos al acuerdo, al pacto responsable para tratar de resolver los problemas.
No fue así. Por encima de la urgencia, por encima de las constantes señales de peligro, los partidos de la oposición huyeron como de la peste de pactar con el partido del Gobierno. Aquí nadie facilita la tarea a nadie. Cualquier aproximación a la solicitud de apoyo del adversario sería cederle terreno, favorecerle en su función, despejarle el camino. Y eso, amigo, iría contra el principio de obstrucción, algo que está en el ADN de los partidos políticos actuales.
Pero en este país nuestro, ese axioma equivocado de que pactar es darle la razón al contrario, va más allá de la tradicional rivalidad entre Gobierno y oposición. A este enfrentamiento casi ritual, aquí se añade el inconveniente de una patológica dificultad para el pacto, ni siquiera el acercamiento o la coincidencia, entre las formaciones políticas propiamente dichas. Ni acordar, ni firmar unidos, ni salir juntos en la foto. Y este impedimento es tan amplio, socava con tal contundencia las relaciones entre quienes debieran resolver los problemas de la ciudadanía, que impide actuaciones comunes para su solución.
Ni PP acuerda nada con EH Bildu y viceversa; ni EH Bildu acuerda nada con el PNV y viceversa; ni PSN acuerda nada con Bildu y viceversa. Y así sucesivamente. De manera excepcional -del mal, el menos-, se llega a acuerdos parciales, esporádicos, como para salir del paso y casi de tapadillo.
Y cuando tras agotadoras sesiones preparatorias se llega por fin a un acuerdo de calado -como el firmado entre PNV y PSE-, caen chuzos de punta desde quienes no aceptaron en su momento echar a andar. Como perros del hortelano, ni pactan ni dejan pactar. En este caso, ni siquiera se tiene en cuenta la coherencia de la crítica: el PP vasco acusa a los acordantes de que con ese pacto se da la razón a EH Bildu, y desde EH Bildu se les acusa de sumisión al PP de Madrid. Con esta filosofía de que pactar es perder, las razones son lo de menos.
Los partidos políticos -al menos los vascos- se deben a sí mismos una intensa tarea pedagógica para entender que acordar es ceder. Hace pocos días, la parlamentaria del PP Laura Garrido afirmaba en un debate de Onda Vasca que en su pacto con el PSE el PNV "había tenido que tragar" el debate sobre la estructura institucional de la CAV. El acuerdo, cualquier acuerdo, señora Garrido, consiste en desistir de las propias exigencias en favor del otro, un desestimiento mutuo en aras de un logro común que, en este caso, es el desbloqueo de una situación que permita afrontar los problemas reales de la sociedad. Una situación evidentemente favorable y necesaria.
El pacto político es, por definición, el entendimiento entre sensibilidades ideológicas diferentes para lograr el bien común. No se trata de "tragar", sino de renunciar ambas partes al maximalismo y aproximarse lo más posible al realismo dejando en la gatera los pelos que necesariamente haya habido que dejar. Toda una conmoción para los dirigentes políticos que viven pendientes de las reacciones mediáticas interesadas o de la presión interna de sus sectores más extremos.
PNV y PSE han pactado, ante el griterío escandalizado de los ausentes que recelan oscuras intenciones, vaticinan fracasos inapelables y anuncian cuantas zancadillas sean capaces de poner al acuerdo. A veces no se trata ni de despecho, ni de convicción, ni de divergencias de calado. Simplemente, se trata de que en ese pacto ellos no están ni se les espera. Y eso, en política, no es fácil de aceptar.