Cuenta Condoleezza Rice que un día fue con sus padres a comprarse un vestido. Una vez elegido, su madre preguntó a la dependienta si podía probárselo y ésta le indicó un lugar al fondo del establecimiento reservado para negros. La madre de la que años más tarde se convirtiera en la 66ª secretaria de Estado de Estados Unidos, señalando el probador le espetó: "Si se lo voy a comprar, se lo probaré ahí". La vendedora accedió, pero por el temor a perder su empleo si alguien veía que se había saltado las normas, montó guardia mientras la niña se probaba la prenda.
En la sociedad actual vivimos una situación parecida. Desde el ámbito más anecdótico hasta el más trascendental. Da la sensación de que no existe un plan B. Lo llevamos comprobando desde hace semanas con la situación por la que atraviesa el Athletic con un Marcelo Bielsa que admite que se encuentra en el disparadero. Y en el terreno político con la presión que cerca ya al PP y al Gobierno por el caso Bárcenas. Donde los más inteligentes se esconden para que las sorpresas diarias no acaben salpicándoles. Donde el olor a podrido terminará por hacer que rueden cabezas como gesto a un desgaste que en un año se ha llevado 20 puntos en la estimación de voto de un Gobierno al que Bruselas ya ha desmontado las previsiones de crecimiento, déficit y paro para este año. Un Ejecutivo sometido constantemente a rectificaciones y al abismo como Washington, donde la falta de acuerdo sobre los presupuestos se está traduciendo en la destrucción de 750.000 empleos.
Nuestros dirigentes no pueden gestionar un país mes a mes, crisis a crisis. Y en Euskadi lo sabemos bien con un Gobierno todavía con un perfil político muy bajo y que, desde el punto de vista de la comunicación, proyecta una gran sensación de fragilidad. A una semana de que comience el trámite para aprobar el proyecto presupuestario, el lehendakari no cuenta aún con ningún voto garantizado (a excepción de los propios) con quien compartir los recortes y gestionar esos 9.200 millones de euros en medio de la cruda realidad. Lo que nos hace pensar que la mano tendida a una oposición que busca más el aplauso social en la calle, se convertirá en una negociación más política que económica. Porque tanto PSE como EH Bildu son conscientes de la obligación de cumplir con el déficit y de que apoyando los presupuestos también se construye país en los territorios.
Aún así, la fotografía actual demuestra dos realidades graves. La primera, quién le marca el calendario al Ejecutivo vasco en el Parlamento. Y la segunda: la necesidad de disponer siempre de un plan B. Más si cabe cuando se gobierna al límite. Véase la renovación de la dirección de EITB o el portazo de ELA al diálogo social con Urkullu no descartando incluso una huelga general por el aumento de jornada a los funcionarios.
No hay previsto un plan B en el día a día. Lo saben bien los 178.006 parados vascos que probablemente no contaban con acabar en esa situación; también lo saben en Italia con el resultado electoral; en Zarzuela con Urdangarin; en el PSOE con la fractura con el PSC al fijar como irrenunciable la consulta; y en Ajuria Enea. Y en este último caso, cuando se transmite esa sensación es porque falla, entre otras cosas, la comunicación.
El lehendakari se olvida de que debe tener tantos portavoces como consejeros forman su Gobierno. Y todos deberían saber explicar la política del Ejecutivo de acuerdo con las prioridades del momento. Que 2013, como se encarga de advertirnos, será el peor año de nuestra historia. No necesitamos un Ejecutivo más reducido, sino que tenga la capacidad de reaccionar a tiempo. Que tenga un plan B por si no funciona algo. Que evite que los datos conviertan nuestro miedo en pánico. De lo contrario, le pasará lo que a Romney en Estados Unidos, donde su equipo acabó tan fascinado con él que lo aisló de la realidad porque no asumían que algo podía fallar. Y falló.
@aorrantiah
Y de repente, no había plan B
Opinión
No necesitamos un Ejecutivo más reducido, sino que sea capaz de reaccionar a tiempo por si no funciona algo