La Cámara vasca acogió ayer otra de esas citas históricas que la encienden de cuando en cuando. En la primera planta, Onda Vasca y Radio Euskadi retransmitían en directo rodeados de una maraña de cables y separadas apenas por unas frágiles lonas con sus marcas. Los pasillos latían. Y es que nadie se quería perder el primer round del combate Urkullu-Mintegi. En ausencia del diputado general de Gipuzkoa, su homólogo vizcaíno, José Luis Bilbao, ostentó la representación de las diputaciones hasta que a la tarde se le sumó el alavés, Javier de Andrés. A su lado, completaban el palco de autoridades el expresidente de la Cámara Juan María Atutxa; el lehendakari Ardanza; el delegado del Gobierno, Carlos Urquijo; el fiscal jefe del País Vasco, Juan Calparsoro; y el presidente del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, Juan Luis Ibarra. Asimismo, entre los invitados destacaban los exconsejeros Tontxu Campos y Anjeles Iztueta, el que fuera su líder en EA, Unai Ziarreta, e incluso la exlideresa de Unidad Alavesa, Enriqueta Benito.
EH Bildu cambió esta vez las camisetas reivindicativas por pegatinas llamando a la marcha del lunes por los presos. Pero más allá de la anécdota, todo listo y en orden.
del ipad al portátil
Las cosas de la política 2.0
La sesión comenzó puntual con una Mintegi muy dueña de las tablas. Los bolis de sus señorías echaban humo tomando notas sobre su discurso. Patxi López no levantaba cabeza de su libreta y la bancada jeltzale recogía cada matiz para apuntalar su réplica. Todos menos Urkullu, que permaneció durante esos 90 minutos inmóvil; las piernas cruzadas, los deberes hechos y la mirada atenta.
Pero había otro parlamentario que no tomaba notas, el popular Antonio Basagoiti. Apenas diez minutos después de que arrancara la sesión se percató de que su portátil no se encendía. Oye, Iñaki, mira a ver qué pasa. No sé. Pues espera: Carmelo, déjame el Bic a ver si lo reseteo. Nada. Uno de los máximos representantes de la política 2.0 se removía frustrado en su asiento. Quitaba y ponía la batería. Presionaba con fe el On, pero nada parecía funcionar y él así no podía retocar su discurso. Oye Arantza, que me voy a ver si me lo arreglan. Y, ante la sorpresa de Quiroga, se levantó portátil en mano, abandonó la sala y volvió cinco minutos después. Sosegado. Soltándose la corbata que le ahogaba, ya reconciliado con el mundo. Ahora sí. Maldita sea la hora en la que suspendieron la compra de los iPads, pareció pensar para sus adentros.