Un cuarto de siglo de las elecciones europeas

Juana Lahousse-Juárez, directora general de comunicación del Parlamento Europeo. foto: dna

Poco poder, mucha ilusión

Silvia Martínez

Corresponsal en Bruselas

CUENTAN los más antiguos del lugar que las primeras elecciones españolas al Parlamento Europeo se vivieron con una gran intensidad, mucha ilusión y muchas ganas de triunfar en una institución con pocas competencias por aquel entonces, muy lejos del papel de colegislador que tiene hoy día, pero que empezaba a despuntar con grandes políticos y debates.

La adhesión del Estado español a la entonces Comunidad Económica Europea se había producido un año antes y aunque se había enviado una primera remesa de diputados del congreso y el senado se consideró necesario convocar unas elecciones europeas que hasta hoy siguen siendo las más concurridas con una participación que alcanzó el 68,5%.

"Cada país entra en Europa con un concepto distinto. Para unos el fin del comunismo, del aislamiento, para nosotros era la consolidación democrática. Había la ilusión de la primera vez aunque parecieran unas elecciones raras porque solo se votaba en España", cuenta Fernando Carbajo, director del servicio audiovisual del Parlamento Europeo y uno de los primeros funcionarios españoles al que el proceso electoral para designar a los 60 eurodiputados del Estado le cogió trabajando en la oficina de la institución en Madrid.

Día de nervios Fue un 10 de junio de 1987. Un día muy especial y de muchos nervios para Salvador Garriga, el único eurodiputado en activo de la delegación española que queda de aquella época. Tantos nervios que el político asturiano, enrolado en las filas de Alianza Popular y que contaba por aquel entonces con treinta años y un curriculum vitae que incluía inglés, francés y alemán, intentó controlarlos metiéndose en un cine mientras media España votaba. Escogió El nombre de la rosa. El estrés le dejó K.O. desde el primer minuto. Cuando se despertó se enteró de que se había convertido en uno de los eurodiputados más jóvenes destinados a habitar en el planeta tan particular que forman Estrasburgo, Luxemburgo y Bruselas, las tres capitales europeas donde por Tratado tiene sede la institución. Por aquel entonces la secretaría general y la mayoría de los funcionarios -unos 2.500 frente a los 7.000 de hoy día- trabajaban en Luxemburgo aunque las comisiones parlamentarias ya se celebraban en Bruselas.

Saber idiomas facilitó su rodaje en una institución "muy virtual", "con pocas competencias" y sin prácticamente "capacidad de decisión" pero en la que se empezaban a hablar de grandes temas. Y es que menos de un mes después, el 1 de julio de 1987, entraba en vigor el Acta Unica Europea, la primera gran reforma nacida para impulsar un mercado interior sin fronteras y con libre circulación de personas, servicios y mercancías para finales de 1992. "Llegamos a una Europa que se gastaba casi todo el dinero en agricultura. 70 de cada 100 pesetas estaban destinadas para el campo. Parecía que nos íbamos a aburrir, pero con la caída del muro de Berlín, que fue un momento clave en la construcción europea, todo se aceleró, tomó otro ritmo, mucho más rápido", recuerda Carbajo.

Hija de la inmigración La misma intensidad y calurosa acogida la recuerda Juana Lahousse-Juárez, en la actualidad directora general de comunicación del Parlamento Europeo. En su caso, como hija de inmigrantes españoles en Bélgica que era, vivía en este país cuando se produjo la adhesión del Estado español. Interprete de formación y con cinco idiomas en su cabeza -inglés, francés, español, italiano y holandés- entró en esta institución con el encargo de constituir la cabina española dentro del servicio de interpretación.

Desde ese pequeño despacho que ocupa, Juana Lahousse-Juárez fue protagonista de la llegada de una generación de brillantes políticos y funcionarios cargados de dinamismo y ganas de crecer. "A España no se le conocía muy bien en Europa. Se tenía la impresión de un país que se había quedado muchos años a las puertas sin que le dejaran entrar", recuerda. "Para nosotros era el sentimiento de llegar a formar parte de la familia. A Europa la pillamos por sorpresa".

La institución contaba entonces con 2.500 funcionarios frente a los 7.000 de la actualidad