bilbao. Durante tres lustros, el nombre de Juan María Atutxa (Areatza, 1941) apareció a diario en los medios de comunicación, aunque tal vez no se hablaba realmente de él, sino de un personaje creado con retales de filias y fobias. Los mismos que lo habían ensalzado como ejemplo de firmeza frente al terrorismo terminaron acusándole de complicidad con los asesinos. Al final de sus días políticos, quien había sido objetivo número uno de ETA tuvo que sentarse en un banquillo por defender desde la presidencia del Parlamento Vasco el derecho a estar en ese foro de todas las formaciones que habían obtenido el respaldo de las urnas.

Pendiente aún de la última decisión del Tribunal Constitucional sobre su causa, Atutxa es hoy un jubilado feliz de contar con una ocupación, la presidencia de la Fundación Sabino Arana, que llena sus días sin el ajetreo ni el ruido de su vida anterior.

No se prodiga demasiado, por no decir nada, en los medios de comunicación. Ha pasado del primerísimo plano a la sombra.

He querido ser leal con la palabra que di en su momento. Fue el 4 de octubre de 2005 cuando yo presenté mi carta de renuncia a aquel escaño que había obtenido en las elecciones. En ese momento dije "señores, se acabó. Me paso a otras funciones". Dije que me retiraba de la política y creo que esa palabra ha sido bien cumplida.

Con la cantidad de cosas que han pasado desde entonces, imagino que habrá habido veces en las que sí habrá sentido ganas de salir a la palestra y opinar.

A lo largo de este tiempo, aunque haya habido ocasiones en las que me hubiera apetecido manifestarme, me he mordido la lengua, me he callado y me he dedicado a otra cosa. Es cierto que en esta función actual, la de presidente de la Fundación Sabino Arana, estamos inmersos en cuestiones que son de rabiosa actualidad, porque es lo que pretendemos, remover y airear cuestiones que sean de actualidad y que a la sociedad en su conjunto puedan interesarle. No estoy todas las mañanas pensando "qué lástima, qué pena me da no estar". Lo que sí me revuelve el fuero interno es escuchar cosas, leer cosas y ver cosas que en muchísimas circunstancias no comparto. De todos modos, aunque me he mordido la lengua, como digo, tampoco me está resultando difícil mantenerme al margen de la trifulca política que se está viviendo.

Ha pasado de una vida llena de prisas y urgencias a otra en la que tiene tiempo para reflexionar.

Es una época muchísimo más serena. Yo he tenido distintas épocas, distintas responsabilidades públicas a lo largo de muchos años. La de consejero de Interior, por ejemplo. Yo en aquella época solía decir que el consejero de Cultura, por ejemplo, el viernes por la tarde podía despedirse hasta el lunes. Nosotros el viernes por la noche, el sábado por la noche decíamos "hasta luego", porque en muchísimas ocasiones las decisiones tenían que ser ya, en la inmediatez, y la comunicación a la ciudadanía, también. Aquí esas prisas se acabaron. Éste es otro mundo, es otro quehacer distinto.

Un quehacer al que no le ha costado mucho acostumbrarse, según se puede ver.

He estado preparado siempre para el cambio de chip. Yo soy de los que siempre ha pensado que la política es de ida y vuelta. Quien te propone puede decidir no proponerte. Antes de ser consejero de Interior, fui diputado de Agricultura de Bizkaia. Y en aquellas épocas en las que yo estaba en Interior, en épocas convulsas en que teníamos que acudir a multitud de funerales, me decían "en Agricultura estarías mucho mejor", y decía yo con cierta sorna, con cierta ironía, que en aquel departamento trataba con otro ganado distinto. En Agricultura fue otra vida más tranquila, pero me adapté también a Interior. Después vino otra etapa, que fue la de presidente del Parlamento. Cuando iba a ir allí me decían que iba a un balneario. Y aquello no resultó un balneario ni muchísimo menos.

Todo lo contrario. Salía a bronca por pleno...

Me tocaron unos tiempos muy crispados. Quienes hoy están sumando fuerzas para mantener el Gobierno actual las sumaban para hacer oposición. Pero era una oposición que no se parece en nada a la que actualmente se ejerce desde otras filas. Era una oposición de crispación, una oposición de pretender reventar los plenos. Una oposición donde se daba el pataleo y todo ese ruido que incendiaban las sesiones plenarias para que el titular no fuese el del tema a debate sino la bronca. Yo me alegro muchísimo de que en este momento la oposición se haga de una manera mucho más civilizada y mucho más serena, pero si echamos una mirada retrospectiva, nos acordaremos de que aquellos viernes eran verdaderamente penosos.

La cosa no se quedó en la bronca. Acabó siendo vetado para repetir la presidencia y, de propina, en los tribunales.

Así fue. Hubo personas que no solamente me vetaron, sino que fueron a buscar nuestra condena. Compañeros de parlamento iban buscando nuestra condena que, por cierto, todavía está pendiente del recurso al Constitucional. Fue verdaderamente desagradable. Me hizo ver que la miseria de algunas personas es incalculable. El comportamiento de algunas de las personas -cuyos nombres no daré- fue miserable. Pero hoy volvería a hacer lo mismo porque defendíamos la institución y la dignidad institucional. No defendía a aquellas personas con quienes nunca me unió vínculo alguno. Y volvería a decir al Tribunal Supremo que se equivocó, que aquel auto no procedía y es más, que se equivocó de institución. No quiero minusvalorar otros parlamentos, pero éste es un parlamento de cuerpo entero. E incluso se equivocó de persona.

Esos episodios hicieron que los mismos que años atrás lo ponían como ejemplo de coraje y firmeza frente a ETA hablasen de usted como connivente con el terrorismo.

Por la influencia que ejercen los medios de comunicación, tuve circunstancias en las que, por ejemplo, caminando por el Paseo de la Castellana, me asediaban por la calle y me llamaban etarra y asesino, cuando un par de años antes era todo lo contrario. Pero yo era el mismo que el 7 de febrero de 1991, cuando juré por primera vez mi cargo de consejero de Interior ante el lehendakari Ardanza. En más de una ocasión, a quienes me decían que había cambiado, les proponía que tirasen de hemeroteca, de las entrevistas que me hubieran hecho en el pasado y que me volvieran a hacer las mismas preguntas. Les decía: "espere a que yo responda, compare las respuestas y dígame si he cambiado o no". Nadie tuvo a bien hacerlo.

Le llamaron de todo. Desde un lado... y desde el otro.

Sí, primero unos me llamaban el Zipayo mayor y después, cuando cambiaron las tornas, esos mismos me seguían llamando zipayo y más cosas y los otros me decían que estaba conchabado con aquellos. He tenido que ver muchas veces en la tribuna de oradores a parlamentarios que decían "ustedes los nacionalistas, que no tienen que vivir escoltados..." Y yo me decía: "Mi mujer debe de pensar en este momento que yo soy tonto, porque yo he tenido que salir a las seis de la mañana para llegar aquí antes de las siete porque me tenía que cambiar de horario por motivos de seguridad". Es la vida totalmente distorsionada a través de los posicionamientos de la clase política y de la colaboración impagable de determinados medios de comunicación.

Los políticos que le decían eso sabían perfectamente cuál era su situación...

En la política se ha perdido la parte humana. En muchas ocasiones determinados movimientos llevados a cabo por parlamentarios vienen motivados por lo que le gusta a la sigla y al jefe. Algunos de los que afirmaban esas cosas o adoptaban determinadas actitudes, con la boca pequeña me decían que ellos no lo hubiesen hecho. Eso para mí no vale. Tengo en el recuerdo muchas actitudes de personas que todavía hoy no son capaces de mirarme de frente. Allá cada uno su conciencia.

Eso no habla muy bien ni de la política ni de quienes se dedican a ella.

Determinadas personas que se adentran en el ejercicio de la política hacen de ello profesión. Creo que es un error que se comete desde todos los partidos. Tú tienes que estar preparado siempre para el retorno, pero si has hecho profesión de la política, no hay dónde retornar, y entonces es igual llevarte por delante lo que pilles, arrasas lo que sea para garantizar que en las próximas elecciones estés en un lugar de la lista.

Los ideales pasan a segundo plano... o desaparecen directamente.

La política no puede funcionar con dignidad si uno está sometido permanentemente a qué decidirán sus jefes en las próximas elecciones. Lo importante son siempre las personas y las personas tienen que dar la talla. La militancia en un partido no significa que uno tenga que hacer a rajatabla todo lo que se indique. Ahora bien, lo que no debe hacer nunca un militante es aquello que su partido le haya dicho que no haga.

La teoría es fácil. Lo dífícil es llevarlo a la práctica.

Yo le decía al lehendakari Ardanza: "Continuar aquí es algo al cincuenta por ciento entre tú y yo. Si un día tú me dijeras que yo hiciera algo que aquí dentro [se señala el pecho] no cupiera, a lo mejor te pido cinco minutos o 24 horas para reflexionar, pero si sigue sin caber tras ese tiempo, te daré un abrazo, te escribiré un papel y me iré. Ahora bien, si tú vieses que la labor que yo desarrollo no entra dentro de tu marco o de tu conciencia, me lo dices, y te voy a dar el mismo abrazo y me voy".

Hoy vamos camino de dejar esas cosas en el pasado. ¿Lo ve así?

Nunca hemos visto con mejor perspectiva la posibilidad de salir del callejón que no merecía la pena y por el que se adentró tantísima gente y que tanto sufrimiento ha traído a este pueblo. Yo hago votos para que se siga por este camino y se acabe de una vez por todas con esta sinrazón. Sé que no va a ser nada fácil. Aunque haya voluntad, que no lo dudo, las cosas no se pueden resolver en dos días. Se necesita tiempo.