as urgencias de la humanidad durante esta pandemia han ido pasando por diferentes etapas. Desde el desenfreno de las jornadas iniciales por hacerse con un cargamento de papel higiénico, leche o pasta, pasando por el acopio de cervezas y hasta la locura por la levadura, harina o moldes de repostería parecía estar todo superado. El último producto convertido en objeto de deseo es el ketchup. Esta salsa agridulce, utilizada para condimentar platos de comida rápida, escasea en su tradicional envase de bote rojo en las mesas de las grandes cadenas estadounidenses de restaurantes. El motivo no es otro que las reticencias de los clientes a la hora de pasarse el bote de mano en mano, como si fuera el testigo en una carrera de atletismo. Las preferencias ahora se vuelcan hacia los sobres en pequeñas dosis y evitar así el posible riesgo de un excesivo manoseo de los botes. La potente industria estadounidense ya ha detectado esta tendencia que le demanda el mercado y ha puesto manos a la obra. La multinacional Kraft Heinz, dominadora de más del 70% del mercado de condimentos de aquel país, va a aplicar un aumento del 25% en su producción. Ya ha desarrollado las inversiones necesarias y ha ampliado las líneas para producir al final de este año la nada despreciable cifra de 12.000 millones de sobres de ketchup.