o tuve la suerte de ser criado por fabulosas mujeres. Mi madre y mi abuela me sacaron adelante espalda contra espalda. Me educaron y me dieron calor. El día siempre se les quedó corto, capaces de hacer del esfuerzo alegría y de la alegría nuestro idioma. Amatxu, abuela, nunca tendré palabras tan anchas como para daros las gracias por tanto. Quizá por eso, porque sé de qué pasta estáis hechas, me cuesta tanto entender que esta sociedad se empeñe en minusvaloraros. Que aún tantos abracen la desigualdad. Y digo tantos porque, en casos como este, dos son multitud. Ayer no podíais salir de viaje ni firmar un contrato sin el permiso de vuestro hombre. Como un menor que no puede salir solo a la calle. Como un perro. Tampoco podíais conducir. Ni votar. Ni ser educadas... Hoy la lista de agravios es aún insoportable y me cuesta entender que no todos los sintamos como propios. Y ese es el problema y la razón de un día como este. Por eso hoy me levanto junto a todas mis compañeras. Mi madre, mi amor y mis amigas. Y espero que también junto a todos vosotros. Porque cada injusticia nos reclama a todos. Porque hoy es un buen día para esta lucha, porque todos lo son. Y porque así deberá ser hasta que el 8 de marzo solo sea una fecha destinada a celebrar que el camino al fin fue andado.