o hay cosa que más me enerve que tener que recurrir al coche en un día de lluvia en Vitoria, sinónimo de arrancar desde primera hora con un cabreo de tres pares. Esa misma necesidad -u obligación, depende- que has sentido de desplazarte motorizado la comparten un considerable número de conciudadanos que se ponen al frente del volante cuando normalmente no recurren a él, lo que provoca que sobre el asfalto aparezcan muchos más conductores a los que parece que el limpiaparabrisas ha borrado de golpe los conocimientos circulatorios. Más atasco para ir al cole -y ya de por sí la cuestión está de aquella manera con tanta obra-, más dificultad para aparcar, más dobles filas... Luego, al trabajo. Dilema para quien ha de ir al centro desde la periferia: ¿dejas el coche, te pateas media Vitoria -el transporte público y tal- y lo recoges luego yendo de un lado a otro a la carrera o enfilas motorizado el centro en busca de una plaza libre? Por mucho que la segunda opción parezca más rápida, no se confíen. El aparcamiento es como los billetes de 500. Vueltas, vueltas y más vueltas. Un enfado que va en aumento según corre el reloj y el perímetro de búsqueda se amplía y la cara de tonto que se te queda cuando vuelves a tu propia casa a dejar el coche porque es la zona más cercana que has encontrado.