is recuerdos empiezan a ser selectivos. De hecho, estoy casi convencido de que han tomado al asalto lo que queda de mi cerebro y se han hecho fuertes en mi psique hasta el punto de prescindir por propia iniciativa de aquello que empieza a cargarme. Para muestra, un botón. Ayer intentaba acordarme de la cobertura mediática que solemos hacer desde esta casa para las elecciones catalanas. El objetivo era intentar preparar las informaciones adecuadas para una noche tan especial. No hubo manera. Ni un solo recuerdo. Y eso que son unos comicios recurrentes en los últimos años. Supongo que los catalanes han acudido tantas veces a las urnas en los últimos años -algunas incluso sin circunstancias externas discutibles- que su ejercicio de elección ya no provoca ni un ápice de interés extra. O es eso, o el hecho de que desde hace un año todos los medios de comunicación nos hemos volcado con el coronavirus del demonio, con la pandemia que este ha provocado y con las cifras de contagiados, enfermos y muertos derivados de una infección que ha puesto, desgraciadamente, a la humanidad en su sitio. Y a las prioridades de esta, también, con todos los sentidos puestos en la salud y en las personas cercanas y queridas.