Llegaba al final del año en la reserva, desfondada. Me había atropellado diciembre y no dejaba de escuchar a Robe Iniesta: “Duerme, que ahí afuera solo hay monstruos, solo hay gente que te compra y que te vende, que te odia y que te miente, que roba, que te mata, que te viola y que no siente nada”. Llegaba agotada y reñida con el mundo, con ganas de dormir porque ahí fuera, efectivamente, hay monstruos, muchos monstruos y de muchos tipos. Pero unos días antes de Navidad volví a encontrarme con la cuadrilla. Y nos contamos las novedades, las penas y las alegrías, y nos reímos, y se nos hicieron cortas la sobremesa y las cervezas de después. Y recuperé las liturgias navideñas con la familia, la logística –si dirigiera una multinacional pondría a una abuela o a una madre al frente de este departamento–, Olentzero –sprint incluido para llegar a todas las citas–, compartir las mesas a las que faltan algunos –y se les echa de menos– pero a la que se han incorporado otros –a los que transmitir legados clave como la ejecución perfecta de una conga–, el bingo, la bola que se cae, la copa que se cae... Los monstruos siguen ahí, pero la gente que quieres son la última trinchera. En el frío de ahí fuera, las risas con la buena gente dan calor y te reconcilian un poco con el mundo. Porque a los monstruos no siempre se les vence, pero se les planta cara. ¡Feliz Navidad! Eguberri on!
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