o sé yo si estamos muy sensibilizados con esto del coronavirus. Ya sé que las restricciones, el cierre de bares y la imposibilidad de juntarse Cristo y la madre han modificado, siquiera temporalmente, los usos que acostumbrábamos a respetar religiosamente como sociedad. Sin embargo. llegados ya a diciembre, y tras varias semanas sin barras a la vista, me temo que el personal se está tomando la cosa con cierto relajamiento. Lo escribo porque empieza a ser recurrente en Gasteiz esa imagen que podríamos denominarbotellones de café a las puertas de según qué establecimientos, en los bancos que decoran las calles o en los parques y plazas de la capital. Suelen ser grupos, a veces, uniformados como una expedición himalayista, otras, con sus mejores galas y, las menos, como recién salidos del trullo. De una manera o de otra, todos respetan una liturgia esencial, que consiste en constituir la figura del corrillo, con los vasos de cartón repletos de café, logrando un estilo muy a la americana y soplando al contenido para espantar al demonio o para, simplemente, tratar de no escaldarse la lengua. Ya forman parte, por derecho propio, de las consecuencias derivadas de la crisis sanitaria. A este paso, no quiero ni pensar lo que nos queda...