o, así, de repente, les diría que no tengo el tímpano para ruidos y que a estas alturas de la película, cualquier atisbo de crispación se me indigesta de muy mala manera, me provoca ardores insoportables y unas arcadas mentales que me confieren un aspecto muy particular, sobre todo, para los que me tienen que soportar a diario. Y mira que en este Estado -léase país, nación de naciones o lo que se dictamine respecto a la solución política que se desee para estas cuatro hectáreas en las que nos ha tocado vivir- nos gusta discutir y berrear, circunstancias ambas que han trascendido como deporte nacional y seña de identidad. De hecho, debería decir que estoy acostumbrado a oír rebuznar a cierta ralea de personal, y así es. Lo que ocurre es que el medidor que gradúa el rango de aguante hace tiempo que está inutilizado. Supongo que será la falta de pilas o que sufría por una fabricación defectuosa o que, simplemente, no da abasto ante la profusión de advenedizos que se han aposentado en lo que antaño se denominaba el arte de la política. En fin, que ya ven que aguanto el tipo un poco crispado y que estoy que salto a la mínima. Me imagino que convivir colateralmente con el coronavirus ha cambiado por completo mi tabla de prioridades.