Hay días en los que me siento un extraterrestre llegado de una galaxia muy remota. Lo escribo porque, cada vez con mayor frecuencia, me siento incapaz de entender lo que ocurre en el mundo, al menos, en la parte de éste que acostumbra a monopolizar ciertos espacios televisivos. Les explico: cuando me toca comer en casa ajena, que es muy a menudo, suelo toparme con una batería de programas en los que abunda el ulular de unos y el rebuzno de otros en tonos capaces de amedrentar a una fiera. Hasta ahí, nada anormal, dadas las circunstancias, ya que el intercambio de sandeces a grito pelado es, con diferencia, el signo dominante de estos tiempos que nos ha tocado padecer. Lo raro acontece cuando me esfuerzo por afinar el oído para tratar de descubrir de qué o de quién hablan con tanta pasión quienes berrean con ahínco en los planos que ofrece el realizador. Adara, Gianmarco, el Maestro Joao... Entonces me ofusco por completo, ya que no me suena ni el apuntador, y menos, su contribución a la mejora de la humanidad o del planeta. En fin, supongo que sólo me queda esforzarme una mieja por integrar en mi acervo a esa parte de la cultura popular que arrasa en el menudeo televisivo. A ver si así dejo de sentirme un marciano.