Estoy que no quepo en mí de gozo al comprobar cómo hay países en los que las infraestructuras se materializan en poco más de una semana. Tras una miríada de años en esta ciudad ejerciendo mi labor de juntador de letras, he tenido la oportunidad de desgranar para los lectores una pléyade de planes y proyectos urbanísticos y de infraestructuras diversas que, para desgracia de propios y extraños, aún siguen debatiéndose después de décadas, o cumplimentando diversos estadios burocráticos o intentando asomar el morro en los despachos adecuados para recibir el plácet definitivo con el que poder materializarse definitivamente en algo tangible. Todo esto contrasta con lo que sucede en otros lares, en los que, manu militari y obligados por las circunstancias coronavíricas, bien es cierto, son capaces de levantar un hospital de dimensiones hercúleas en el mismo plazo de tiempo que nuestras instituciones destinan a fotocopiar el enésimo estudio informativo para justificar el recambio de varias losetas estropeadas en el centro urbano. En fin, espero que perdonen este ejercicio demagógico, que surge con el ánimo de trasladarles la sensación de aburrimiento extremo que padecemos quienes tenemos que aguantar los mismos debates sine die.