Es un mal que no para de crecer en el barrio desde hace ya varios años. Otro comerciante que baja la persiana. Y tengo a la parroquia del templo del cortado mañanero especialmente preocupada con esta despedida. Hay cosas que duelen de manera significativa entre el personal que habita el lugar de manera habitual. La vinoteca es como una segunda casa para unos cuantos. Pero el dueño se jubila. Se lo ha ganado con creces, todo hay que decirlo. Y a pesar de que lleva más de un año intentando que alguien tome el relevo, nadie se ha interesado. Así que dentro de nada, adiós muy buenas. En el bar se ha planteado la posibilidad de hacer un último acto de despedida y homenaje. Ya saben, canciones, velas, unos torreznos... Y puede que alguna lagrimilla tonta. Hay también quien ha preguntado qué hacemos el último día si quedan botellas en el comercio. ¿Las guardamos a modo de altar recordatorio? ¿O montamos la fiesta padre y hasta que no quede una gota? Hasta nuestro querido escanciador -que siempre ha estado receloso con la vinoteca por aquello de la competencia indirecta- tiene la cara mustia. Cada comercio que cierra, es un café o un almuerzo mañanero que pierde. Vamos a terminar pidiendo las gildas y el txikito por Amazon.