que dice el rey que la gente está preocupada, pero que no hay por qué preocuparse. Que reconoce el monarca el desapego creciente de los ciudadanos con sus intituciones pero que tampoco es para tanto. Que Catalunya es un nubarrón más para los españoles, pero que todos cabemos en este gran país llamado España siempre que acatemos la Constitución. Que soluciones para los problemas no tiene ninguna, pero que mucho ánimo y mucho optimismo, que tenemos grandes médicos, grandes deportistas y mucho más de muchas cosas. Que no seamos autocomplacientes, también dijo, pero que él no se lo aplica que bastante tiene con posar para el telediario delante de un portátil haciendo que trabaja, acudiendo a saraos varios y demostrando lo bien que habla inglés. Un año más, el discurso del rey es de los mensajes más vacíos e inocuos que uno puede echarse al gaznate el día de Nochebuena. Un ejercicio puro de marketing monárquico para perder el tiempo en fijarse en la calidad de los muebles o en las estratégicas fotos colocadas en la habitación desde donde nos interpela. Y no es que me caiga bien o mal. Es que, año tras año, me vuelvo a preguntar qué pinta este tipo, o su padre, ahí. El baboseo de los de siempre al día siguiente también me pone enfermo.