Da lo mismo cómo se enfoque el asunto, pero las evidencias parecen lo suficientemente claras como para ponerse a temblar, ya que, según una media ponderada de los diferentes informes científicos publicados al respecto por todo tipo de sesudas fuentes, a la civilización actual, tal cual la conocemos, le quedan dos telediarios, y de los breves. Está claro que el estado de emergencia climática ayuda a generar un estado de pesadumbre generalizado. Sin embargo, la clave de bóveda que explica el desmoronamiento del mundo hay que buscarla en el panorama televisivo estatal, en el que la reiteración de la emisión de todo lujo de casquerías y embrollos de baja estofa se ha instalado como fórmula de éxito indiscutible. Y eso, bien analizado, sólo puede significar una cosa: que al mundo le da igual continuar y que prefiere soportar su propia agonía que luchar por poner remedio a los males que le afectan. Supongo que todo esto, descrito así, suena a delirio, agotamiento mental o pérdida absoluta del Norte, que algo de todo eso hay. Pero, al menos, me tendrán que reconocer que validar como referentes vitales a personas como Belén Esteban, Antonio David Flores o Kiko Hernández sólo puede significar la llegada del Armagedón. Y si no, tiempo al tiempo.