n un hecho sin precedentes en el fútbol estatal, un equipo de Primera División abandonó el terreno de juego al refrendar la versión de un compañero que dijo haber recibido insultos racistas por parte de un futbolista del conjunto rival. El incidente se desató en el Cádiz-Valencia y tuvo como protagonistas al local Juan Cala y al visitante Mouctar Diakhaby. Tras un lance del juego, ambos se enredaron en una discusión; Diakhaby persiguió por el campo al contrincante y tras cruzar una palabras el valencianista entró en estado de cólera teniendo que ser sujetado hasta por cuatro compañeros. Tras dialogar con el árbitro, enfiló el camino de vestuarios seguido por sus compañeros y el cuerpo técnico. Según recogía un comunicado del Valencia difundido unos minutos después y ratificado posteriormente por el capitán del equipo, el detonante fueron unos insultos racistas (al parecer “negro de mierda”) proferidos por Cala. El caso no es nuevo en los estadios españoles, lo sufrieron anteriormente futbolistas como el barcelonista Eto’o (que quiso irse de La Romareda y fue disuadido por sus compañeros) y más recientemente Iñaki Williams. Pero nunca se había denunciado en público ese insulto entre futbolistas, entre compañeros de profesión, que si pasa algo extradeportivo lo encubren con el latiguillo de que “lo que pasa en el campo se queda en el campo”. Esta vez no ha ocurrido así porque el insulto es injustificable por mucho que se quiera apelar a frases hechas o a un elevado ritmo de las pulsaciones de uno de los protagonistas. Cuando se pide al público un comportamiento ejemplar o se persigue a multas a algunos clubes por actuaciones de sus hinchas, habría que ser inflexibles si se demuestra que el autor de los supuestos insultos es un deportista que no solo debe ser ejemplar sino el primer activista a la hora de combatir y erradicar esas expresiones. Dicho esto, el contexto del fútbol profesional no queda bien parado cuando el equipo del futbolista presuntamente ofendido regresa al campo -sin su compañero- para evitar una posible sanción, ya que el árbitro dijo que no escuchó nada y es la palabra de uno contra la de otro, a falta de imágenes de ambos que ratifiquen lo sucedido. LaLiga que preside Javier Tebas, tan preocupada por todo lo que rodea al fútbol y sobre todo por su vertiente económica, debería actuar para erradicar este tipo de comportamientos.