Hace eones que declaré por aquí mi pequeña filia por seguir las andanzas de Nicolas Sarkozy desde que en una jugada digna de maestro de Maquiavelo, siendo ministro de Interior y con la banlieu parisina ardiendo por los disturbios, le birló la cartera al entonces primer ministro Dominique de Villepin en su particular pelea por suceder al presidente Chirac en la carrera hacia el Palacio del Elíseo. Ese político de colmillo afilado sigue teniendo la mala baba que tenía. El martes ingresó en la prisión parisina de la Santé condenado por la financiación ilegal del régimen de Gadafi para su campaña presidencial en 2007. Sarkozy entra pues a la cárcel, pero no da puntada sin hilo. Ha anunciado que se va a llevar un par de libros, uno de ellos es, paladéenlo, El conde de Montecristo. Atentos a la finezza de Nicolas: la novela de Dumas –estupenda, por cierto– no solo es la historia de un hombre injustamente encarcelado en la isla de If durante años y de la que logra fugarse, sino que es un auténtico tratado sobre la venganza. Sutileza. Es un poco la otra cara de la moneda de la banda que ha robado las joyas napoleónicas del Louvre. De una sencillez insultante. Confieso que sigo esperando ver al inspector Clouseau haciendo declaraciones sobre la marcha de las pesquisas.