A urgencia define sus propias prioridades y se impone en la perspectiva compartida por la opinión pública a cualquier otra circunstancia, por importante que sea. Es algo que los responsables de la gestión pública deben asumir y a la vez poner bajo control. La tentación de gobernar a golpe de titular es muchas veces preludio de errores a medio y largo plazo. Cierto que, en un entorno como el vigente, con la amenaza persistente y tangible a la sensación de seguridad a través de la amenaza a la salud de las personas, cualquier intento de hacer pedagogía social de medio y largo plazo como antídoto del miedo inmediato está condenado al fracaso. Sin embargo, es obligación del administrador dibujar escenarios de futuro y actuar en el corto plazo sin perderlos de vista. Adaptarse a las herramientas disponibles es la virtud. Así se lo ha recompensado la ciudadanía neozelandesa a su reelegida este fin de semana como primera ministra a Jacinda Ardern. Para ello, ha mediado incluso una renuncia a los objetivos de legislatura fijados años atrás por la propia Ardern. Objetivos como su apuesta por subsidiar y asistir a las familias en el umbral de pobreza o una política de vivienda pública para facilitar el acceso a la misma. Incumplir sus compromisos por la necesidad de renunciar al rendimiento económico y fiscal de una actividad normalizada no le ha pasado factura. Ha pesado más el éxito del cierre radical de sus fronteras y actividad, que le ha permitido superar la amenaza covid con un impacto ínfimo y un rebote rápido de su actividad económica. Ayudan un envidiable PIB per cápita, además de un paro técnico menor al 5%, administrados con un cierre corto y contundente. Pero también hacer de la necesidad virtud al admitir que su sistema de salud, insuficiente en medios, no estaba en condiciones de afrontar la gestión de una larga pandemia. El modelo neozelandés no es extrapolable pero sí su perspectiva de corto y medio plazo, aunque las estrategias deban ser opuestas. En la mayoría de Europa no es factible suspender la economía y sí mantenerla apoyados en la estructura sanitaria, la estructura del bienestar, para evitar a medio plazo un coste social igualmente doloroso de una crisis económica que ya es profunda. Aunque no sea sencillo explicarlo ante la urgencia sanitaria, no cabe perderlo de vista.