a línea que separa la certidumbre de la sospecha, la verdad del bulo, ya de por sí difuminada en esta segunda década del siglo XXI entre otros motivos por el abuso de las redes sociales, se convierte en imperceptible en tiempos de angustia global como estos a los que ha conducido la expansión pandémica del coronavirus. En el siglo digital es casi imposible palpar la realidad, aquello otrora evidente de separar la paja del grano. Y cuando la distinción entre lo verdadero y falso se difumina tanto que ya no existe, la sociedad se convierte en caldo de cultivo de otro virus, este letal para la democracia. Así lo dejó escrito en Los orígenes del totalitarismo apenas seis años después de la II Guerra Mundial, en 1951, Hannah Arendt. Hoy no faltan quienes a través de un discurso que traspasa continuamente esa línea, saltando de lado a lado de la misma, tratan de convertir una situación inédita -y extraordinariamente compleja de abordar porque ni siquiera las bases científicas llegan aún a ser diáfanas- en fundamento de crítica del sistema y no dudan en utilizar incluso los dramas del sacrificio personal para cuestionar capacidades y actuaciones ante la pandemia. Tampoco quienes, ante la extrema dificultad para definir de modo extensivo las normas que deben regir este nuevo modo obligado de convivencia, pretenden traspasar las líneas que desde el mero sentido común la limitan. En el primer caso están, por ejemplo, la pretensión de protagonismos institucionales que la sociedad, en expresión democrática, realmente no ha otorgado bajo la excusa del control de una actividad gubernamental que, sin embargo, no puede estar más expuesta al mismo. O la exacerbación de casos de carencias, que siempre existen pero que se evidencian más en situaciones límite, en lugar del intento de comprensión de sus causas y la colaboración en la búsqueda de su solución. En el segundo, y más de mil sanciones impuestas por la Ertzaintza lo corroboran, aquellos que tratan de eludir las medidas de aislamiento o burlarse de ellas -y del resto de la sociedad- a través de resquicios en la ignorancia o la inconsciencia (o algo peor) de que por ellos se cuela la transmisión del coronavirus. Y no, no es momento de traspasar la línea, sino de recordar aquello que exigió John Fitzgerald Kennedy en su discurso del 20 de enero de 1961: “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país”.