El fin de los trabajos de la comisión de expertos en torno a la reforma del Estatuto de Gernika, cuyas conclusiones se harán públicas definitivamente el lunes, ha llegado escoltado por una escalada dialéctica que lejos de beneficiar la ampliación de los consensos en el desarrollo del autogobierno vasco ha tratado de condicionar e incluso impedir la plasmación de los mismos. Curiosamente, recién cumplidos los 40 años de la aprobación ampliamente mayoritaria por la sociedad vasca del Estatuto el 25 de octubre de 1979, su reforma para profundizar en un autogobierno que esa misma sociedad tiene por exitoso halla apoyo en aquellos sectores sociopolíticos que lo impulsaron entonces, reticencias y freno en quienes se abstuvieron de hacerlo y oposición en los que hace cuatro décadas rechazaron el autogobierno expresado en el texto estatutario aunque hoy pretendan ser sus paladines cuando son en realidad (unos de los) responsables de su incumplimiento. Al tiempo, la innegable existencia de una discrepancia política entre la mayoría social en Euskadi y la mayoría social del Estado español -que el secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos, definió el jueves en referencia a Catalunya como “conflicto político”- constata sociedades dispares. En consecuencia y en virtud de la reclamación histórica de esa condición por ambas, define naciones distintas. Y, por tanto, sujetos políticos concretos, lo que en el caso vasco viene además avalado constitucionalmente con el amparo por la Disposición Adicional 1ª de “los derechos históricos de los territorios forales”. Y, en cualquier caso, es más que obvio que el Estatuto de Gernika, el autogobierno vasco, precisa 40 años después de actualización y desarrollo para responder a las exigencias y necesidades de la sociedad vasca en este siglo XXI. Tan obvio como que esa reforma debe tratar de minimizar las divergencias y fortalecer los consensos sin que eso suponga renuncia de objetivos legítimos que, sin embargo, tampoco pueden ser impuestos y siempre a expensas del respaldo social. Como hace 40 años, en nada contribuye a dar cauce a esa necesidad, a esa exigencia, de la sociedad vasca, forzar el discurso hasta el maximalismo para menospreciar avances o enconarse en el inmovilismo, en ambos casos para preservar su espacio en el último año de legislatura por mero interés electoral.