a crisis de Ucrania nos muestra la potencia de algunas redes sociales para ayudarnos a acceder a información de calidad de la mano de profesionales independientes y de verdaderos expertos. Pero también nos desvela las peligrosas sombras de las redes: miles de personas que se espetan insultos o que nos explican con asombroso eco las más peregrinas teorías sobre asuntos que desconocen por completo.

Creo que una sociedad que mantiene el respeto por el saber experto, el avance del conocimiento, el razonamiento lógico, el cuidado por las fuentes solventes y las buenas formas en el debate es una sociedad mejor. Hemos aprendido que ese modelo es muy delicado, que debe ser defendido activamente y para ello, por supuesto, no valen las herramientas que nos igualarían a lo que rechazamos: la mentira, el insulto y las medias verdades.

Esta semana, en relación a los crímenes de guerra de Bucha, muchos han decidido de manera automática, sin necesidad de mayores pruebas, que entre la información que nos facilitan, por un lado, periodistas libres que con su mejor saber hacer profesional están sobre el terreno contrastando información y, por el otro, la propaganda oficial transmitida directamente por el ministerio de la guerra del país agresor, les merece mayor credibilidad la segunda versión. Es una opción que te define.

Algunos repiten la especie de que los países europeos no quieren investigar los crímenes internacionales que se están sucediendo mientras que Rusia sí, cosa que sólo puede defenderse contra los datos que puede manejar cualquier observador atento a lo que sucede en los organismos internacionales, que indican lo contrario. No se trata de entresacar interesadamente y descontextualizar titulares para defender lo que más convenga a los prejuicios de cada cual, sino de ordenar de forma consistente y sistemática la información disponible en estos organismos internacionales sin hacernos trampa: qué países proponen las investigaciones, quiénes votan a favor y quiénes en contra, qué países aportan fondos extrapresupuestarios a estas labores y cuáles no. En el ámbito judicial lo mismo: qué países colaboran y cuáles no. En el ámbito no gubernamental lo mismo: qué países admiten a las ONG de Derechos Humanos más imparciales y cuáles no. En el ámbito del ejercicio del derecho humano a la libertad de expresión, lo mismo.

¿Que también puede haber crímenes cometidos por actores ucranianos? Sin duda. Quienes defendemos el derecho internacional no tenemos necesidad de tragar ningún apriorismo del signo que fuera. No hay nada que, por principio, negar, justificar o rebajar. Quienes han apoyado las posiciones de la ONU caminan sobre terreno bastante seguro: han pedido al agresor que se retire sin premio por su crimen, han defendido el derecho a la legítima defensa del agredido, han reclamado a ambas partes que se abstengan de cualquier acción contraria al derecho internacional humanitario, han defendido que se investiguen todos los crímenes antes, durante y después de la agresión, han permitido que la fiscalía de la Corte Penal Internacional inicie sus trabajos, han creado una nueva comisión independiente de investigación en el Consejo de Derechos Humanos, y han apoyado que la Corte Internacional de Justicia actúe. Todo ello con la oposición de Rusia.

Lo más correcto es posicionarnos a favor de la búsqueda de la verdad y de la piedad ante todo sufrimiento humano, frente a la mentira y al crimen, frente a la agresión y la crueldad, lo cual pasa por condenar la invasión rusa y exigir su retirada sin recompensa, pasa por facilitar que las investigaciones se produzcan y los crímenes se persigan cualquiera sea su autoría, pasa por defender la libertad de las personas y de los pueblos y su derecho a la legítima defensa. Y pasa, en definitiva, por rechazar radicalmente tanto lo que Rusia ha iniciado sobre el terreno, como lo que desde entonces está defendiendo ante los organismos internacionales y ante la opinión pública para justificarlo.