uera caretas. Díaz Ayuso apuesta ya sin ambages por el mano a mano aguerrido con Pedro Sánchez para calibrar su futuro. El PP se sigue envalentonando a ritmo de encuestas mientras devora sin piedad a Ciudadanos y esboza un hostigamiento de mayor calibre contra la izquierda en el poder. A su vez, la desconfianza desasosiega al independentismo catalán: entre sus familias, porque el recelo mutuo sobre la hoja de ruta les enfrenta; de cara a Madrid, porque saben que nunca les darán aquello que piden. Y dentro del Gobierno, los nervios propios de un reajuste ministerial espolvoreados por esos desgarros de descoordinación sobre qué hacer con las pensiones o, paradójicamente, con el consumo de carne. En definitiva, el escenario más inquietante para generar confianza justo cuando el turismo teme por un verano catastrófico que causaría estragos económicos y sociales.

Las hemerotecas difícilmente recordarán una audiencia tan larga del jefe del Estado como la dispensada por Felipe VI a Ayuso. Una deferencia nada baladí del monarca al auténtico ariete institucional contra la política de Sánchez en el devenir del conflicto catalán. Con el beneplácito de un coro mediático entregado y el eco constante de su aplastante mayoría en la Asamblea y la Puerta del Sol, la presidenta madrileña da por superada la asignatura en ámbito autonómico de su actual mandato de dos años. Quiere jugar en Champions. Ayer lo demostró sin recato alguno. Para dar ese salto de categoría, nada mejor ni más fácil para su discurso que tomar con fruición esa bandera del patriotismo que tanto enardece el corazón de las derechas, indignado con Sánchez por sus compañeros de viaje y su cruzada territorial. Además, le acompaña su estado de gracia ante una audiencia entregada y que no decrece. El PSOE tiene ahí un incómodo rival. Casado, también, pero él sigue siendo el candidato del PP. Aznar lo ha dejado bien claro y nunca se discute la voz divina.

En el independentismo catalán, en cambio, afloran demasiadas suspicacias. Nada más ilustrativo para entenderlo que el gélido reencuentro entre Puigdemont y Junqueras, incapaces de darse la mano en un gesto sincero de su malquerencia. "Como si estuvieras recibiendo la visita de la expareja", reía un dirigente socialista al interpretar irónicamente esta fotografía en Waterloo. El suelo de la convivencia entre ERC y Junts está minado. Les une la reivindicación inquebrantable de la amnistía y del referéndum, pero les irá separando cada vez más la escasa generosidad del Gobierno español una vez que comiencen, en septiembre, los debates en las mesas de diálogo. Bajo esa táctica de generar un desgaste progresivo en el soberanismo en paralelo a la imagen de procurar un entendimiento desde la diferencia basará Sánchez su apuesta en Catalunya. Un proceso que se intuye muy largo, hasta demasiado para la paciencia de la autodeterminación y, desde luego, abierto a todo tipo de turbulencias políticas.

En ese tránsito, donde se sucederán demasiadas voces y actuaciones desafiantes para contaminar la serenidad, el PP procurará la reconquista. Sale confiado en ganar la apuesta, especialmente porque va a reagrupar miles de votos de Ciudadanos que le aseguran decenas de escaños ahora perdidos. Esperanzado también por recibir el apoyo de quienes siguen sin digerir el entendimiento del sanchismo con aquellas fuerzas deseosas de irse de España. Sin importarle demasiado, incluso, los efectos reparadores que deberán ir aportando los fondos europeos en la economía y el empleo, favorecidos por una vacunación generalizada para entonces. Un cuadro de situación idealizado de parte, pero fundamentado en unos datos sociológicos que se vienen repitiendo en la misma dirección durante semanas. Así se explica más fácil la obstinada resistencia de los populares a cualquier acuerdo con el PSOE para la renovación de determinadas instituciones, sobre todo judiciales. Ni un atisbo de entendimiento que pudiera interpretarse como debilidad, precisamente cuando la apertura de la distensión con la Generalitat, aplaudida de forma mayoritaria, abonará durante tiempo en la derecha el recurrente argumento del entreguismo de Sánchez a los secesionistas, los herederos de ETA y el populismo.

Como reacción, desde el Gobierno siempre le quedará el recurrente cortafuego de provocar una remodelación ministerial, que en la recta final de la legislatura debería estar concebida sin miramientos sobre el propósito de aportar una mayor estrategia de calado ideológico y social.