espués de meses parapetados tras las mascarillas, hoy por fin "volvemos a vernos las caras". Toca aluvión de wasaps divertidos, en torno a cuánto hemos cambiado o "tu cara me suena".

Sin embargo, junto a conversaciones ligeras sobre si la mascarilla nos hacía más jóvenes o nos empañaba las gafas, hoy más de 55.000 personas en Euskadi afectadas con alguna discapacidad auditiva, aplaudirán que su retirada en los espacios exteriores les permita volver a una vida social vetada desde marzo de 2020. Y es que las mascarillas opacas en estos meses han sido barreras infranqueables para quienes, por problemas de sordera, no han podido comunicarse leyendo los labios de sus interlocutores. Para estas personas, algo tan simple como ir al banco o hacerse entender en una oficina de la Administración, era una odisea, dada la poca atención que se ha prestado a aprobar con celeridad mascarillas transparentes homologadas, que dejasen a la vista los labios.

A ello se suma que casi nadie conoce la lengua de signos, que es la única lengua de muchas personas vecinas nuestras. Así lo denunciaron el pasado 14 de junio, Día de la Lengua de Signos, diferentes asociaciones como Arabako Gorrak. Criticaron, por ejemplo, que algunas decisiones importantes adoptadas durante el estado de alarma fueran transmitidas sin tener en cuenta que había personas sordas al otro lado del televisor. Reclamaban por tanto que el uso de la lengua de signos se extienda, se normalice y que se equipare su estatus con el del resto de las lenguas orales (y que si una Escuela de Idiomas enseña inglés o euskera, nos oferte igualmente lengua de signos).

Ojalá aprovechemos la oportunidad que tenemos ahora de no seguir haciendo oídos sordos a estas reivindicaciones, para que la próxima vez que toque llevar mascarilla, tengamos labios que se ven y sobre todo signos que se sienten.