ue me perdone mi irakasle pero estoy incumpliendo el compromiso que adquirí con ella a principios de mi flamante A2. Resulta que se trataba de darle caña a la práctica y yo, entre otras cosas, me comprometí a escuchar la radio en euskera cuando fuera de camino al esukaltegi, fuera andando o en el coche. Pero de unas semanas a esta parte he sustituido la escucha de mi habitual Faktoria y del subidón que me da entender lo que hablan por otro subidón: degustar una selección musical que me pongo a todo trapo una vez que mis churumbeles están a buen recaudo en su maravillosa eskola (ya llegará el momento en que no se despeguen de sus cascos). Vaya por delante que no desatiendo mis obligaciones al volante. Pero me pongo la música a tope durante los escasos minutos que dura el trayecto y, oye, que afronto el día de otra manera. Igual me has visto cantando a grito pelado en los semáforos, mientras la gente me mira con un abanico variado de valoraciones que irán desde el insulso "pobrecilla", pasando por el manido "esta tía está loca", hasta el empático "debería hacer lo mismo". Y es que a mí esto ya se me está haciendo demasiado largo. Y cuando hablo de "esto" se me entiende, ¿no? Hace meses que no veo a mis aitas, más de medio año que no nos juntamos las chinorristas (apodo que adoptamos porque solíamos reunirnos en un restaurante chino), ni sé hace cuánto que no me tomo un vino (ahí también ha influido la condición de madre, que no todo es culpa del covid) y, por supuesto, ya he perdido la cuenta de cuándo fue la última vez que salí de juerga a darlo todo en la pista de baile. Así que, recogiendo el guante de quienes dicen que toda situación, sea como sea, alberga una oportunidad, he decidido sacar partido del habitáculo de nuestra furgo para desgañitarme, aunque sea un ratín. Y a ver si así se me quita este korapilo que tengo en el estómago.