bservo estupefacto que el auto judicial que anula la decisión del Gobierno Vasco de cerrar la hostelería en municipios con alta tasa de contagios, no utiliza una sola referencia jurídica y resuelve solo mirando, que no analizando, datos epidemiológicos. Es como si un alumno recurriera al juez por haber suspendido un examen de álgebra, y que el magistrado, sin más, procediera a aprobarlo porque le parece que está bien, para después comentar que el profesor de álgebra no es más que un matemático con un cursillo. Todo ello me retrotrae a la clarividente Teoría de la Estupidez Humana, de Carlo M. Cipolla.

En este tratado, su primera ley señala que "inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo", y cada día, solo con mirar un poco, me reafirmo en que es un principio tan sólido como los de la termodinámica. La segunda ley afirma que "la probabilidad de que una persona determinada sea estúpida, es independiente de cualquier otra característica de esa persona", otra certeza universal, incluso en el sacrosanto mundo de la judicatura.

Para terminar, la tercera ley del tratado de la estupidez dice que "una persona estúpida es la que causa daño a otras sin obtener un provecho para sí o incluso obteniendo un perjuicio", y compruebo que el auto de la hostelería perjudica al gobierno, que el autor del mismo perjudica a la judicatura y seguramente se ha perjudicado en su candidatura a la presidencia del tribunal, y que, aunque parece que ahora beneficia a la hostelería y a los bebedores, veremos con el tiempo. En conclusión, sigue siendo grande la teoría de la estupidez humana, pues contiene leyes inmutables en el tiempo y que no hay ni que demostrarlas, basta con salir un poco a la calle o ver un teleberri. A mí se me ocurre una cuarta ley: un juez no es más que un abogado con un cursillo, y a veces ni eso.