a pandemia del covid-19 nos ha venido mostrando toda una serie de protagonistas nefastos que han hecho todavía más difícil de soportar una calamidad ya de por sí penosa. Políticos incompetentes, responsables ignorantes, comunicadores torpes, expertos de salón, paisanos insolidarios, colectivos iluminados, pandillas insensatas y, para que no faltase de nada, hemos topado ahora con los que se cuelan, los que se aprovechan de su situación de privilegio para saltarse el turno y llegar a pillar vacuna antes de lo que les corresponde.

En el momento en que fue homologada y aprobada una vacuna y que, por fin, habían llegado las primera dosis a las autoridades sanitarias para su ordenada distribución, bien pronto se tuvo conocimiento de la existencia de tramposos no dispuestos a esperar su tanda de vacunación. Quedaba bien clara la gradación; las primeras dosis serían administradas a los residentes en centros asistenciales de personas mayores, después al personal sanitario de esas residencias, después a trabajadores de primera línea en el ámbito sanitario y sociosanitario, después a personas consideradas como grandes dependientes y después a la ciudadanía en general comenzando por los de mayor edad. Una estrategia de vacunación que puede considerarse impecable y sensata.

En este país de pillos y ventajistas, en cuanto se puso en circulación el primer contingente de vacunas florecieron los aprovechados con mando en plaza que no estaban dispuestos a guardar cola, faltaría más. Ocho alcaldes, cinco del PSOE, uno del PP, otro de JxCat y otro de CDeI; cuatro concejales, dos del PP, uno del PSOE y otro de JxCat; el consejero de Salud de Murcia y todo su equipo; un número indeterminado de médicos jubilados del Hospital Clínico de Madrid; un número también indeterminado de militares y, para no ir tan lejos, los directores de Basurto y Santa Marina. Ninguno de ellos pertenecía a grupos de riesgo. Una vez descubiertos, los aprovechados alegaron ignorancia, suposición de que también entraban en el cupo, o que así evitaban que se estropeasen las dosis sobrantes y fueran a parar a la basura. Hasta aquí la primera redada, porque a medida que pasa el tiempo se va descubriendo un auténtico desparrame de ventajistas con cargo y beneficio.

Es descorazonador constatar que estas conductas ruines inducen a sospechar que apenas se acaba de levantar la manta, que la distribución ordenada y planificada de las vacunas está fuera de control y que hay muchos más ventajistas de los ya descubiertos, que la tentación de aprovecharse del cargo, o del oficio, o del simple y rastrero enchufe para salvarse cuanto antes del contagio es mucho más habitual de lo que se destapa. Y en lo más duro de la pandemia, este jugar con ventaja, ese ejercicio de fulleros no solo pone en entredicho la aptitud y la honestidad de las autoridades políticas y sanitarias, sino que priva del antídoto a quienes tienen derecho preferencial a él porque más lo necesitan.

A toda esta tropa de desaprensivos y a los que vendrán -que vendrán- hay que señalarles con el dedo y denunciarles como sátrapas marrulleros, equipararles con los que se abren paso a codazos en una catástrofe apartando a los que intentan huir para salvarse ellos. Pícaros que disfrazan de servicio al pueblo su superioridad insolidaria, aprovechados que disfrutan del poder a su beneficio, despavoridos que saltan a la lancha salvavidas atropellando, como se decía antes, a ancianos, mujeres y niños caiga quien caiga. Primero ellos, faltaría más. Luego, si eso, ya les tocará el turno a los que guardan cola pacientemente, solidariamente.